✟CAPÍTULO 14✟

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— No, no, no

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— No, no, no... — Siento como si acabara de despertar de un mal sueño. Doy vueltas por la cabaña, me estoy volviendo loca.

Estuve en mi casa, fui a la policía... y....

— ¡Mierda! — Golpeo la puerta con todas mis fuerzas, pensando que me han encerrado — ¡Abridme! ¡Hijos de puta! — vocifero todos los insultos que pasan por mi cabeza aunque posiblemente lo esté haciendo en español, y no estén entendiendo nada.

Van a matarme, van a matarte por haber sido una estúpida.

Siento como mi pecho se contrae por momentos, evitando que pueda soltar el aire.

Miro el espacio en el que estoy, que parece encerrarme cada vez más.

¿Qué debería hacer en una situación así?

A la mierda el aparentar ser fuerte, siempre ha sido una faceta para esconder que tengo miedo a sentirme engañada. Y mi vida parece haberse convertido en ese engaño.

Me siento en el suelo tratando de respirar como mi psicóloga me indicó una de las veces. Coger aire, mantenerlo y soltarlo. Da igual que mi cabeza parezca dar vueltas.

Coge aire, Alex, y suéltalo.

Siempre he pensado que era una persona con suerte en la vida, así que quizá salga de esta.

¿El padre Gabriel me está castigando por haber sido una zorra con los hombres?

— Deberías levantarte.

Levanto la cabeza de un tirón cuando escucho la voz procedente de la puerta.

— Cómo no te vayas ahora mismo... — gruño mientras me levanto del suelo.

— Sigues siendo la misma ramera que el primer día — escupe Samuele antes de tirar una bolsa al suelo —. Come.

Mis ojos van directos a la tela marrón del suelo, mi cabeza vuelve a avisarme de que me quieren envenenar.

— Tenemos una visita importante de los padres, buscan explicaciones sobre todos los problemas que nos has causado— continúa —, y esperamos que no causes más.

— Estáis locos — me río de forma histérica —. Putos locos católicos.

Samuele se gira ignorando mi insulto, dejándome sola de nuevo en la cabaña.

Vuelvo a mi habitación, llevando de la mano la bolsa, en la que no tardo en encontrar un trozo de pan. Lo huelo, como si supiese distinguir el olor del veneno.

△▽△▽△▽△▽△

El sonido metálico que retumba sobre mi cabeza me hace despertar de nuevo, miro mi muñeca, atada a uno de los extremos de la cama.

Intento limpiar mis ojos con el antebrazo tratando de asimilar que no solo estoy encerrada, sino también atada.

El padre Gabriel está frente a mí, recolocando en el techo lo que parece una cámara.

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