Treinta y cinco.

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Me quedé observando sus grandes ventanales mientras que proyectaba imágenes en mi propia cabeza.  La apoyé sobre el cristal de la puerta principal cuando los recuerdos invadieron mi mente. No podía dejar de llorar. Me arrepentía de haberle dejado ir, de haber discutido con él aquél día. Me sentía inútil. 

Deslicé mis manos por el mismo vidrio donde había apoyado la cabeza consiguiendo, así, dejar las marcas de unas manos que ya no podrían disfrutar del cuerpo al que pertenecían. Mis piernas iniciaron movimientos rápidos y bruscos haciéndome temblar. Me senté en el porche de aquella gran casa y crucé mis piernas mientras que miraba el interior y lloraba por los buenos momentos.

¿Tan difícil era ser feliz en esta maldita vida? Sólo pedía una cosa y se alejó de mi. ¿Qué haría con mi vida ahora? No podía pasar página. Estaba demasiado rota como para volver a ser la de antes. No quería hacer como si nada hubiera pasado porque, sin duda, pasó y yo fui feliz. 

Cogí mi iPhone y abrí la galería de imágenes poniendo una de aquella pareja perfecta que nunca discutía y siempre se apoyaba. Éramos nosotros. Ese pasado tan cercano me partía por completo. Simplemente con observar sus ojos sentí que mi alma se rompía. Necesitaba observar por última vez aquella mirada azulada. El llanto fue imposible de controlar y empecé a sollozar como una niña pequeña cuando le quitan su caramelo preferido.

Abrí mi agenda telefónica y marqué a Damon. Fue una acción que ni siquiera pensé, simplemente lo hice. Sabía que no contestaría pero necesitaba comprobarlo como había hecho ya miles de veces en estos últimos meses. Cuando los pitidos de la llamada empezaron a sonar por mi altavoz, mi cuerpo se congeló. No sé cuanto tiempo pasó. Mi cerebro se quedó paralizado. Mi cuerpo no sabía como responder a aquello.

Justo detrás de mi, pude escuchar el sonido del móvil de alguien. Miré atónita a la pantalla del mío buscando el nombre de la persona a la que estaba llamando y un profundo sentimiento inundó mi ser cortándome el llanto por completo.

No quería darme la vuelta. Por alguna razón esperaba que sucediera algo y por una vez en la historia de mi vida, mi deseo se cumplió.

— Princesa, ¿me has echado de menos? —sin mirar supe exactamente de quién se trataba. Su voz, aquella perfecta voz, llegaba a mis oídos como la mejor música que nunca pudiera escuchar.

No esperé más. Todavía con lágrimas en los ojos, me giré. Cuando quedé justo a los pies de aquél Adonis, mi corazón se disparó. Me levanté del suelo de un sólo salto y le abracé lo más fuerte que pude, temiendo que pudiera desaparecer de nuevo dejándome indefensa.

Notaba el olor de su perfume en mis fosas nasales. Oh, como echaba de menos aquella sensación. Las mariposas volaban libremente por mi estómago elevándome, del infierno de mi vida, al paraíso. De nuevo las lágrimas volvieron a inundarme pero esta vez por otra razón, alegría.

Acerqué mi boca a su oído y le dije en un tono muy cariñoso:

— Eres indispensable para mi.—la voz salió de mi cuerpo junto con alguna de las mariposas que me producían cosquillas.

Noté como él sonreía contra mi. Le había echado tanto de menos que estos tres meses de espera habían valido la pena. No quería alejarme nunca de él, no quería que ese momento terminara tampoco.

— Te amo princesa. Siento muchísimo todo lo que te he hecho pasar. Sé que tengo que explicarte muchísimas cosas pero antes de nada quiero hacer una cosa.—dijo con su sexy voz mientras que me limpiaba las lágrimas de mi cara.

— ¿Qué quie...—me interrumpió Damon robándome un beso. Su sabor invadió mi boca. Era dulce, muy dulce. Se sentía tan bien después de tanto tiempo... era como volar y tocar el cielo con las yemas de mis dedos. Aquellas corrientes de energía recorrían nuestros cuerpos y no pude evitar sonreír en mitad del beso.

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