Parte 1 Sin Título

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El reloj marcó las 10 y 10. Con la vista recta, Juan cruzó la avenida como si tuviera todo el tiempo del mundo. Quince años de trabajo en una fábrica pequeña le habían enseñado a confiar en algunas personas. Esperaba una respuesta humana como había recibido más de una vez.

Sacó el celular del bolsillo y miró la pantalla. Nada nuevo. La fiebre va a bajar, pensó. Cuando vuelva voy a jugar un rato con él, se dijo. Cuando vuelva le voy a preguntar cómo estuvo el día, y si tiene tarea para la escuela.

A las 11.13 el zumbido de a puerta le indicó que debía primero tirar y después empujar. En el primer intento no salió. ¿Abrió? se escuchó por el portero. No, dale de nuevo. Zumbido, click, ahí está.

Juan pasó junto a la oficina de registros saludando como en los últimos quince años. Pero un desconocido lo miró a través del vidrio frunciendo el ceño. ¿Señor? preguntó. Sí, qué tal, mucho gusto. Juan. ¿Este hombre trabaja acá? Sí, es supervisor de ensamble de la línea 4. ¿A qué hora ingresa?

Juan miró a Luciana a los ojos. Luciana siempre se encargaba, si alguien llegaba medianamente tarde, de marcar tarjeta. Las tarjetas de los empleados estaban todas en su cajón, siempre. Un mensaje de texto o una llamada y santo remedio. Luciana conocía bien los ritmos de ida de cada uno, y a los que eran propensos a llegar tarde los llamaba y los despertaba, o les recordaba el horario de entrada al trabajo. Con Juan no. Juan siempre fue puntual, no por esfuerzo ni dedicación, sino que nació así, con alma de reloj.

Luciana le devolvió una mirada de pena que pedía disculpas. ¿Usted es? Lucio Domínguez. Soy el nuevo supervisor. ¿A qué hora es su horario de entrada? A las siete y media. Tengo al nene con fiebre. ¿Al nene con fiebre? ¿Y tiene permiso para llegar tarde? No, pero es una emergencia, nosotros siempre nos arreglamos así. Arreglar se arregla lo que está roto. Que yo sepa por más arreglo que usted quiera hacer está llegando tarde y esta empresa no regala los sueldos, los cambia por trabajo. Hoy está ausente, vaya a su casa y este día se le va a descontar del sueldo.

A las 23.30 Juancito se acercó al sillón con el joystick. Juan dormía con la boca abierta. Lo despertó sacudiéndole el brazo, que colgaba por el lado derecho. Papi. Pá. Vamos a jugar. Juan lanzó una mirada de esfuerzo a su hijo. Miró el reloj, sabiendo que a las 6 se tenía que levantar. Miró la cara del pibe tomándose el tiempo que nunca se había tomado. Juancito ya estaba grande, los incisivos parecían capaces de roer un roble y el lunar de la cara se había desplazado unos milímetros hacia la izquierda, empujados por la incipiente mandíbula varonil. Vio el reloj otra vez. Mañana hijo. Tengo que madrugar.

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⏰ Last updated: Oct 18, 2017 ⏰

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