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Había una vez, una niña que soñaba con ser indomable, con escapar lejos de aquel que quería volverla pequeña e invisible. Cada mañana sonreía al mundo con su alegría innata, con la curiosidad insaciable de quien sabe que aún no lo ha descubierto todo, y se acostaba, cada noche, con las manos llenas de historias infantiles sobre castillos de arena y columpios irrompibles. Cada tarde se convertía en la valiente pirata que surcaba los mares o en la heroína de un cuento que escapaba de malvadas brujas, se escondía en su casa de cartón y pilotaba cohetes de papel.

Los años fueron pasando, estación a estación, apagando la ilusión en sus ojos infantiles, consumiendo la inocencia en su carita de niña. Los monstruos, a los que vencía con su espada imbatible, se convirtieron en problemas de difícil solución. Las horas de juego, en las que su imaginación era la protagonista, se fueron reduciendo hasta hacerse cenizas. Las risas que le regalaba al mundo se apagaron hasta que no quedó más que la tristeza acumulada y el cansancio de quien ha vivido mil batallas. Las hadas se marcharon, dejándola sola contra los fantasmas del pasado.

Día a día, el peso sobre sus hombros fue creciendo y las expectativas sobre ella se volvieron altas. Se convirtió en la nota de sus exámenes, en el valor que le daba el número sobre el papel. El piano dejó de sonarle a risas y sueños, las teclas se volvieron pesadillas, temblor en sus dedos. El baile perdió el hechizo que la hacía invencible ante todo mal y dejó el miedo a la imperfección, a no ser suficiente. Se convirtió en su propio juez, intachable y cruel. Su sonrisa se atenuaba, se marchitaba la primavera de su interior y aparecía el eterno invierno.

Sin embargo, la pequeña niña no estaba sola en su mundo de miniaturas y muñecas, ni luchaba sin protección ante los más fieros dragones. Junto a ella permanecían sus más fieles compañeras, escandalosas, armando revuelo para no pasar desapercibidas y poder ser encontradas. Solían permanecer a su lado, la luz en las noches más oscuras, la mejor espada contra temibles monstruos y la mano en la que sostenerse al caer.

Noche tras noche, cuando las niña se sumergía en una vorágine de pensamientos que le dejaban sin respiración y sueños que no eran nada, ellas se escondían en un pequeño cobertizo, recogiendo pedazos de recuerdos felices, de sonrisas perdidas y abrazos sinceros, de fotografías que capturaban pequeños instantes de vida y de noches de cine hasta que los párpados cedían, de canciones cantadas en silencio y bailes que lo gritaban todo. Día tras día, cuando la niña se sumergía en la rutina y fingía ser una oveja más en el rebaño que escondía un lobo feroz, fueron convirtiendo, en plumas de papel, retazos de una vida en común e ilusiones sin límites.

***

Una mañana, tras una noche sin dormir y de sábanas revueltas, llamaron a su puerta. Muy a su pesar, haciendo caso omiso a la voz que le incitaba a seguir durmiendo, se dispuso a recibir a quien quisiera saludarla tan temprano.

Tras el umbral no encontró nada más que un paquete envuelto, abandonado a sus pies, un regalo anónimo que rezaba en su nota: "Para la niña que soñaba con alas de papel". Indecisa, preocupada por lo que pudiese aparecer al abrirlo y curiosa por descubrir lo que se escondía tras el papel, fue rasgándolo hasta dejar su contenido al descubierto. Ante ella, resplandeciendo con la luz de la mañana, se encontraban unas hermosas y majestuosas alas con las que tanto tiempo llevaba soñando, las alas que romperían las cadenas y que le permitiría escapar de allí.

Desde aquel día surca el cielo, convirtiendo los inviernos en primavera y el hielo en flores, haciendo resonar su risa hasta que los corazones tiemblen de felicidad. Dejó de ser la niña que soñaba con ser indomable, dejó de ser la niña que creció y se convirtió en la niña que surcaba el cielo con sus alas de papel.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

La niña que soñaba con alas de papelWhere stories live. Discover now