Un mágico lugar

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El coche estaba lleno hasta los topes, habíamos tenido que meter toda una vida en el maletero de un viejo Volkswagen escarabajo que habíamos heredado de mi difunto abuelo. Mi padre tuvo que vender incluso su flamante Mercedes Benz que con tanto mimo cuidaba para pagar la hipoteca cuando la clínica comenzó a irse a pique. A diario veía su cara de preocupación cuando llegaban las facturas, los avisos de impago, las amenazas de embargo... Cuando al fin logró terminar de pagar nuestro apartamento pensé que los problemas habían terminado y empezaríamos a remontar, que las discusiones entre mis padres terminarían y mi hermano y yo dejaríamos de pasar horas y horas en la calle para tratar de evadirnos. Canté victoria demasiado pronto.

-Chicos cambiad esas caras- dijo mamá tratando de ser optimista- vamos a estar rodeados de naturaleza. Mirad que vistas, respirad el aire puro.

Ambos nos asomamos por las ventanillas, era cierto que las vistas desde el camping Aneto, a las afueras de Huesca, eran espectaculares y su precio realmente asequible para unos sin techo como nosotros.

Bajamos y me desperecé estirando brazos y piernas, llevábamos más de una hora en el coche y estaba agarrotada. Miré a lo lejos y vi las bonitas montañas de fondo, todo era verde. Estábamos en la mitad de la nada y tenía su encanto pero también nos limitaba. Tardaríamos una eternidad en ir al instituto cada día, aunque por suerte las clases ya habían terminado y no tendríamos que preocuparnos por eso hasta septiembre.

Miré el bungalow, era de madera de pino con un bonito porche, pero pequeñísimo, con suerte tendría treinta metros cuadrados ¡eso era lo que media mi antigua habitación! Resoplé, tomé mi guitarra y la maleta y entré en cuanto mi padre abrió. La estancia era minúscula. A la derecha un sofá y una mesa y al fondo una diminuta encimera con una mini nevera y cuatro fogones, a la izquierda una pequeña mesita con una televisión que, para no romper el esquema de la casa, no superaba las catorce pulgadas.

-¿Ahora es cuando abrimos las puertas de las habitaciones y salen los siete enanitos verdad?- dije molesta.

Abrí una puerta, nuestro cuarto. Un espacio en el que apenas podía entrar, de hecho tuve que hacerlo de lado. Dejé mi maleta sobre la litera de abajo y la guitarra apoyada en la pared de enfrente, donde estaba la única ventana.

-No seas tan dura con papá- escuché a mi hermano detrás de mí- él está sufriendo más que nadie con esto.

Me giré y fruncí el ceño. Mi hermano era mayor que yo por apenas unos minutos pero siempre había sido el chico responsable y maduro. Por el contrario yo era la oveja negra de la familia, poco estudiosa, rockera y rebelde.

-Está bien Ferran, ya lo sé, pero no me pidas que sonría como si estuviese encantada de vivir en medio de la nada.

Me cambié la camiseta sudada de Nightwish sustituyéndola por una de Evanescence y salí a explorar un poco. Como era de esperar el sitio estaba lleno de turistas que me miraban como si fuese el menú del día, más de uno se iba a llevar un derechazo si se les iba la mano.

Los cuidados jardines se extendían alrededor de todo el camping. Había un pequeño supermercado, enfermería, un parquecito para los niños bastante viejo y una piscina de lo más fea. Pero lo mejor de todo, una taberna inspirada en el viejo oeste, al fin este sitio se ganaba un punto a su favor. Entré y me senté en uno de los taburetes, era temprano y todavía no había apenas gente así que aproveché para tomarme una Coca Cola fresquita mientras inspeccionaba el panorama.

-¿Recién llegada?- me preguntó el camarero, por lo visto aburrido.

-Desgraciadamente sí -le respondí sin mucho interés, el chico no era feo pero le sobraban demasiados quilos para mi gusto- ¿Tienes algo más fuerte?

Un mágico LugarWhere stories live. Discover now