Solholderen

74 14 12
                                    


Esa noche volvió a ver al lobo.

El animal tenía el negro pelaje mojado, y bajó la vista del cielo para mirarlo con unos ojos ardientes, del color de la sangre. Quería decirle algo. Solo en ese momento, cuando sus miradas se encontraron, Asmund sintió un profundo alivio y despertó como cada día.

Se incorporó con la respiración acelerada por haberse alejado bruscamente de esa sensación, y al ver que el resto seguía durmiendo, salió de la casa comunal sin hacer ruido alguno. No pudo evitar mirar hacia el fondo del edificio antes de salir, donde dormían los esclavos. Lo hacía cada noche antes de dormir, y cada día después de levantarse. No había despertado a nadie, y solo las camas de los ancianos más madrugadores estaban vacías. Solo eso podría haberle dicho qué momento del día era, pero sus hombros encogidos y sus ojos despiertos y grandes, como si hubiera pasado la noche en vela, no veían lo evidente incluso si siempre se despertaba cuando el sol estaba a punto de salir. Ese día, como todos en los que tenía aquel sueño, temía salir del edificio y encontrarse con que el sol no lo había hecho esta vez.

Era poco antes del alba, pues el cielo estaba comenzando a aclarar su manto zafiro y los primeros pájaros ensayaban sus cánticos. A pesar de su amor por la época de cosecha, se sentía inquieto desde que el invierno terminara. Y todo por aquel sueño. Aquel sueño que lo había estado visitando durante semanas, pero cuya repetición no era lo más extraño: lo que lo atemorizaba de verdad era la seguridad que sentía con el lobo, mientras que los malos presentimientos lo perseguían despierto al no recordar por qué la bestia miraba hacia arriba.

***

—Madre, ¿puedo preguntarte algo?

Thyra se irguió y agarró mejor el saco que tenía en la mano, ya lleno de arvejas. Asmund aprovechó para secarse el sudor de la frente con el dorso de la mano, reconfortado y agobiado por el calor del que tan pocos meses disfrutaban.

—Claro, hijo.

—¿Alguna vez, de niño, tuve una mala experiencia con los lobos?

—No, claro que no. Cuando los lobos han pasado hambre y han venido hasta aquí, tu padre y yo siempre te sacamos a nuestro lado para que vieras que no debías temerles, sino defenderte a ti y al ganado. Está en su naturaleza buscar comida donde pueda haberla. No sé si te acuerdas, pero, además, te impresionaban... Siempre has tenido cierto gusto por las criaturas salvajes.

Estaba mirando algo detrás de él, por lo que Asmund se dio la vuelta para ver qué ocurría. A lo lejos, los ojos felinos y ojerosos de un chico con la cabeza rapada y sin marcas de tatuajes le devolvieron la mirada, quieto junto a varias herramientas extendidas en el suelo que servían para cultivar los huertos. Era Hakon, un esclavo de su misma edad con el que Asmund solía escabullirse y cuyo rostro solía carecer de expresión alguna. Si es que tenía una por defecto, era la de la desconfianza. A Asmund le había costado mucho entablar conversación con él años atrás.

—Ve con él. —Asmund volvió a girarse hacia su madre, que suspiró y esbozó una leve sonrisa de resignación. De ella había aprendido la diligencia, pero también la gratitud—. Yo recogeré el resto, casi hemos acabado. Lleva ese saco al almacén primero y no olvides ayudar a tus hermanas esta tarde.

—Gracias, madre.

Le dirigió una viva sonrisa y le hizo un nudo al saco para poder llevarlo hasta el almacén de la cocina. Su madre nunca había puesto pega alguna a que se hiciera amigo de un thraell, y si sospechaba algo más, entonces no se oponía.

Tras recogerse el pelo rubio tras las orejas y echarse el saco al hombro, echó a andar. Pasó junto a Hakon y este se puso a caminar a su lado, con los hombros hundidos.

SolholderenWhere stories live. Discover now