La historia de como se enamoró de mí

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En una tarde primaveral, de cielo anaranjado, no la conocí. Recién vine a saber de ella una oscura noche de desorden desenfrenado en el patio de la institución en dónde intentaba sacar a duras penas la carrera de mecánico automotriz para buscar un pequeño espacio en el mundo laboral que se aproximaba a desconocidos e inmensos pasos.
Era el mes de la patria y no fue extraño que en el San Lucas, el instituto en donde estudiaba, se realizaran actividades extra curriculares para celebrar el simple hecho de haber nacido chileno. Algunos bailaron sin descanso las miles de cuecas que sonaron esa tarde, haciendo alarde que aquella fiesta huasa, era algo que les brotaba por los poros. Otros osados, se dieron el lujo de comer a destajo cuanta variedad de carne se les hubiere ocurrido lanzar sobre una oxidada y roída parrilla. Otros tantos, una considerable cantidad de "otros tantos", en la que me incluyo, bebíamos cervezas sin descanso cerca de unos pequeños pero simpáticos arbustos que algún jardinero habría enterrado allí.

Había sido una jornada como pocas. Entre juegos, bailes y jarana terminó el plantel educacional convertido en una multitud ferviente que pedía a gritos más motivos para seguir celebrando, mientras repletaba los contenedores y basureros de latas y botellas vacías. Allí, en medio de una batahola de gritos, estaban mis amigos y yo, casi perdidos entre tanta gente extraña que se había sumado desde otros espacios educativos. Fue en esos momentos, mientras divagaba entre lo que ya no recordaba y lo ciertamente borrosa que se habían vuelto las personas, cuando de pronto me hallé siendo parte  en una inmensa fila que avanzaba bailando hacia un rumbo completamente desconocido para mí. El ritmo era altamente contagioso y en menos de dos segundos unas manos me tomaron de la cintura invitándome a que hiciera lo mismo con la persona que iba delante de mí. Para el segundo número tres, iba feliz cantando con el resto al ritmo de chico Trujillo, <<mira lo que me encontré>>.
Cuando vino a terminar esa maldita hilera de personas transpiradas que no hacía más que gritar las canciones que sonaban desde el escenario, caí en la cuenta de que no sabía en dónde cresta estaba parado. Un mar de gente extraña que seguía bebiendo sin apuros me recordaban que no sería fácil encontrar a mi par de amigos que de seguro ni siquiera habrían notado que ya no estaba junto a ellos. Las vueltas que había dado metido en la fila, los gritos y los sorbos de un par de vasos que recorrieron entre las personas me tenían situado en un extraño limbo que hacía más difícil que pudiera reconocer algún rostro. Cuando apenas pude ver un espacio entre dos tipos que aún comían choripanes me lancé de lleno, intentando hacer un camino que vino a terminar cuatro metros más allá con una pared de delgadas y rubias jóvenes que bebían cerveza mirando las carreras en saco.
Le dije permiso dos veces y cuando quise acompañar el tercer grito con un codo se volteó. Sus ojos negros, según vi, se clavaron en mis distorsionadas pupilas mientras se arreglaba el pelo. Me pidió perdón y se hizo a un lado, dándome una pequeña posibilidad de continuar mi camino entre ella y un voluminoso chico de informática que estaba de espalda. Yo seguía ahí parado. Algo me estaba pasando. No podía distinguir bien su color de pelo, mi retina apenas captaba la imagen de una mujer de baja estatura, de piel clara, casi blanca y creo que llevaba una sonrisa en la cara. Dio un sorbo a su cerveza y me volvió a sonreír.
.- ¿vas a pasar?-.
Me preguntó, pero no supe que responderle. Si asentía con la cabeza y continuaba mi camino hasta donde estuvieran mis amigos, no la vería más en toda la noche y estuve seguro que durante todo ese bendito día, ningunas pupilas me miraron como lo hicieron las suyas, sabía que no tenía que moverme de ahí. Levantó su lata y antes de llevársela a la boca, me volvió a sonreír.
.- ¿te gusta esa cerveza? Es buena-. Dije al fin y noté como soltó una risita antes de lanzar un tremendo "sí" que me indicó que debía seguir allí a su lado preguntando cualquier cosa estúpida. Minutos más tarde nos habíamos convertido en dos idiotas que reían sin sentido, hablando cosas que no logro recordar. Si supe, que era algo especial ya que según más conversábamos más extraño se sentía mi estómago. Cada vez que sus pupilas me miraban sentía algo así como mariposas que daban vueltas y vueltas. De pronto, mientras ella me contaba de la primera vez que había viajado a algún lugar del sur, las mariposas de mi estómago se enardecieron y lo que había sido mi desayuno voló por el aire hasta su chaqueta y escurrió hacia abajo. Los huevos revueltos con la tasa de café que habían sido mi único alimento durante todo el día y que en nada se parecían a las mariposas que imaginé, quedaron materializados en su pecho.

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⏰ Última actualización: Jun 01, 2019 ⏰

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