Secreto de Estado

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—Aún ahora, casi sesenta años después, no logro sacármela de la cabeza. 

—¿De verdad? 

—Por supuesto —Jaló su avejentada boca en un intento de sonrisa—. Es como si hubiera dejado una huella tatuada en mí ser y me siento culpable por no haberla protegido como debía hacerlo. 

A Rick le sorprendió ver la solitaria lágrima que se desprendía de aquel rostro curtido por la experiencia, por los golpes y bofetadas que solo la vida nos tiene deparadas. 

—¿Cuándo conoció a la señorita Sophie Farley? —Sorbió un poco del café que le había ofrecido previamente la enfermera de Lucas Cordway. 

—Lo recuerdo como si hubiera sido ayer —Rió recordando… 

Estaba sentado en frente a aquel vejestorio de máquina de escribir. Aquella que se le daban a los reporteros de segunda base para probarlos y curtirlos en aquel viejo oficio. Estaba por comenzar un nuevo artículo cuando se topó con el problema de siempre. ¡Maldita “p”! Aquella tecla estaba dañada y no contaba la letra, cuando necesitaba escribirla, tenía que recoger el papel y colocarlo a mano. 

La puerta se abrió, el sonido fuerte de una vieja y poco aceitada bisagra amenazó con enloquecerlo. Levantó el rostro para decirle a quien sea que hubiera abierto la puerta que la volviera a cerrar; pero su hosquedad de pensamiento se quedó simplemente flotando en el aire, sin efecto. Sus ojos recorrieron aquellos dulces ojos azules que parecían llamarle como una sirena a los marinos en alta mar. El ángel de cabellos dorados que había entrado en su humilde y un poco desbaratada oficina le observaba con curiosidad.

Llevaba un clásico vestido negro hasta la altura de sus canillas. En el cabello un moño sujetado con horquillas y los populares sombreros con velo que habían hecho furor en los años cincuenta.  

—Buenas noches ¿Es usted el Señor Cordway? —El alegre trinar de aquella voz lo devolvió a la tierra de su viaje astral. 

—Si —Tosió para encontrar su voz, aquella que de repente había dado un desplazamiento a lo desconocido. El chillido de la puerta seguía torturándolo y lo iba a hacer hasta que esa preciosa señorita la cerrase—. Por favor, cierre usted la puerta.  El sonido me está torturando. 

—Perdone —musitó encantadoramente apresurándose a cumplir con su cometido. Lucas pasó su mano por aquel cabello negro engominado con una raya al costado derecho. No la vio atravesar su oficina a paso apresurado; pero su cuerpo  dio una pequeña descarga eléctrica cuando la sintió cerca— Soy Sophie Farley. 

Cuando levantó el rostro, se topó con una mano delicada y con una perfecta manicura. Además de aquella sonrisa de dientes perlados; fiel reflejo de la luna perfecta que los cubría con su manto de oscuridad y misterio. 

—Un gusto, Sra Farley —agregó mientras cogía su mano y la estrechaba—. Tome asiento ¿En qué puedo ayudarla? 

—Señorita Farley —Le explicó—. Soy periodista hace unos meses y el Señor Costainey  me dijo que usted iba a entrenarme. Dice que estoy bajo su cargo. 

—¡Oh, claro! —Recordó. Su jefe directo le había dicho algo sobre una chica nueva, pero como en ese momento había estado detrás de una historia no le había prestado mucha atención. — Perdone mi falta de cortesía ¿Desea usted algo, señorita Farley?

—No, Gracias. Pero llámeme Sophie… —Le sonrió.

—Bueno Sophie, va usted a disculparme, pero lo olvidé por completo y mire este aprisco —le dio una mirada  a la decadente estancia. Tuvo la gracia de  ruborizarse  y ella sonrió como si no le importara, más bien, como si le pareciera tan emocionante que no se hubiera percatado del lugar. 

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