Hoy su pequeña hambre, sus pequeñas ganas, algo enardecidas por el vaivén de soles, brisas y sudores, todo lo quieren fresco, jugoso, casi acuoso, frío, que acompañe este amable anochecer de ventanas generosamente abiertas.
Que conjugue con el frío del vino blanco inundando su gratamente sorprendido paladar regalado de pellizcos de sabor y charla.
Que congenie con la simplicidad, perfume y frescura de sus matas de albahaca y hierbabuena luciendo hermosas en el balcón.
Con la generosidad de las hojas de los árboles ofreciéndole el regalo y sosiego de su sombra al caminar de regreso a casa, con el fértil parto y descanso de los campos, con los sonidos que no rodean su casa sinó que la cruzan de par en par habitándola.
Que se mezcle con el olor de tierra húmeda reconfortada de pequeño reposo de agua en el educado césped y los urbanos rosales de las jardineras de su barrio.
Hoy su pequeña hambre, sus pequeñas ganas, todo lo quieren sabroso, líquido, vivo y en movimiento, como reconociéndose en esos tibios azules de cielcolores en gala de persistente claridad melocotón y olor a brisa del anochecer en este paradógico reino de aparente sencilla y generosa facilidad en el vivir.
Porqué hoy, él, se persigue también líquido, acuoso. Multiforme y curvo para poder acomodar, pacienciar sus seres y estares en el contradictorio y complejo espacio del mar que llamamos vivir...
