I

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Vi como la sangre fluía en el agua.

Sus manos yacían inmóviles a cada lado y sus pies caían enredados en las cortinas. Seguía con la ropa puesta; el mismo traje que hacía unas horas lo arropaba y resguardaba del frío ahora lo hundía en la bañera de sangre.

Su cabeza se desplomaba totalmente, elevando la nuez de su cuello, sus clavículas y todo los huesos que sobresalían tiernamente de su piel.

El líquido lo cubría vistiendolo de color carmesí, tiñendo su camisa, sus pantalones y cada uno de los pliegues de su complexión.

Acaricié su cabeza entre mis manos; estaba fría, inerte.

Mis extremidades actuaban como si no me pertenecieran. Mi mente estaba vacía, como si acabara de despertarse de un largo sueño y me estuviera empujando a conocer la verdad.

Me acerqué lentamente, tomé esa mano y me puse a rezar. Oré divisando a Dios en mis pensamientos, ofrenciendole mi alma a cambio de la suya. Deseaba que me tomase a mí, que me castigara a mí por sus pecados, que me sentenciase a mí a convertir el agua de esa bañera en sangre, y no a él.

Estaba dispuesto a convertirme en el mártir que lo trajese de nuevo a la vida.

Los azulejos se reían de mí, lo podía sentir a cada segundo en el que mi desesperación aumentaba, me miraban y se burlaban de mis actos. El goteo del flujo contra el suelo me impacientaba. La quietud de ese cuerpo me hacía temblar.

Su alma había abandonado ese cuerpo, y la tristeza estaba apuntado de llevarse la mía también.

La luz de una vela parpadeó en la oscuridad. Siluetas bailaron en las paredes. El silencio musitó e hizo que me sobresaltara. No estaba solo.

-¿Perdón?- mascullé. ¿Qué temía más, la respuesta o el silencio?

Un endémico zumbido reinó en aquella habitación. Todo retumbó junto al estallido. El rojizo líquido se agitó para crear pequeñas olas que se rompían en la orilla de los labios del cadáver. Más siluetas que vagaban por las paredes, estruendos de los azulejos rompiéndose, el espejo del baño descuartizándose; el poder de la divinidad desatado en cuatro paredes.

Solo un ser que llevaba todo el poder de la tierra y de todos los universos imaginables podría engendrar aquello.

De pronto la nada.

Silencio y oscuridad ocultándose entre las prendas de ropa. Silencio y oscuridad trenzandose junto a las dobleces del traje del difunto. Silencio y oscuridad jugando conmigo.

Una voz surgió de la nada, como una rosa retoñando.

-¿Qué desea?- decía, y a pesar de que traté de buscar la provenienza de aquella voz, no pude. Venía de todas partes; de la esquina izquierda de la habitación llena de polvo, del lavabo ahora invisible en la oscuridad, del despedazado techo, de la bañera, de los labios del fallecido, y rebotaba con tanta fuerza que podía escucharlo hacer eco dentro de mí.

Dios había cedido a mis plegarias y ahora me hablaba.

-Haré un trato con usted.- susurré temeroso, exasperado por buscar la manera de ver la forma que tomaba el dueño de la voz.

-¿Qué clase de trato?- volvió a hablar la voz.

-Tómeme a mí y déjelo vivir a él.

-Me temo que no me es posible.

-¡Haré lo que sea! ¡Utilizaré mi sangre como ofrenda!- me arrastré por el suelo hasta alcanzar los cristales del espejo recién rotos. Sin embargo, por mucho que hiciese fuerza con los cristales contra la mi piel, no conseguía sangrar.

-¡Puedo bendecirlo con todo lo que quiera! ¡Escribiré sus pasajes en las paredes!- insistí. Metí la palma de mi mano en el agua de la bañera y comencé a desdibujar palabras en los azulejos. No conseguí plasmar ni una frase legiblemente; no recordaba ninguna.

-¡Dibujaré cruces en sus muñecas si ello lo halaga!- grité sientiendo como mi garganta padecía. No obstante, tan pronto como lo hice, las mismas cruces aparecieron dibujadas en mis propias muñecas.

Sentía que desafallecería, pero me sentía más ligero que nunca. Sentía que mis piernas cederían, pero mis pies ahora se elevaban del suelo y quizá levitaban.

-Mr. Theodore Dusty.- sentenció. Al escuchar mi nombre, mi corazón dio un vuelco.- Tome el cristal y mírelo. Dígame, ¿qué ve?

Seguí sus indicaciones y tomé el vidrio.

-Nada.- contesté, pues cierto era que lo único que se reflejaba en los cristales, eran los azulejos tras de mí.

-Mírelo ahora a él.- ordenó la voz, y divisé al fallecido de arriba abajo: cada una de las gotas de agua que lo empapaban, cada ápice de sangre que lo cubría.

La voz bufó y su risa se propagó por todo el lugar.

-¿De quién cree que es el cuerpo que está observando?

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⏰ Last updated: Mar 23, 2020 ⏰

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