Inferiores

8 0 0
                                    


Santiago de Porres despertó al sentir el olor a tierra mojada, la tormenta no había cedido en ningún momento durante la noche y el golpe continuo de las gotas sobre el suelo pronosticaba un futuro parecido sobre Santo Tomás.

Permaneció acostado unos minutos más, con el aguacero de fondo y su voz multiplicada por diez en su mente, repitiendo frases en los diferentes dialectos mayas que había aprendido para ser un mejor interprete a los de la raza española. Repitió algunas palabras en voz alta, haciendo un gran esfuerzo con la lengua para que la fonética sonara lo más parecido a la de los indios pero el resultado no le convenció mucho.

Repetía palabras y frases tratando de grabarlas en su mente cuando tres secos toques se escucharon del otro lado de su puerta, cerró los libros, se levantó y abrió; era doña Isabel, la noble española que lo había hecho viajar desde el viejo continente para oficiar de traductor con los esclavos en estas tierras del nuevo mundo.

-Póngase algo para la lluvia – le dijo – iremos a los sembrados a solucionar un problema.

Santiago tomó un cuero de animal y se lo puso sobre los hombros mientras seguía a doña Isabel, ¿por qué razón lo había buscado tan temprano?, no se atrevió a preguntar, pero doña Isabel podía llegar a ser muy prepotente con los esclavos, con esa "raza de inferiores" como ella los llamó desde el principio.

Ya en los campos de sembrado, doña Isabel señaló y ordenó que le trajeran a una de las esclavas que estaba trabajando bajo la lluvia, sus hombres la trajeron y la arrodillaron ante ella.

Santiago simplemente se quedó a un lado sin atreverse a decir una palabra ante aquella hostilidad innecesaria.

-Dile que sé que no trabajó la tarde de ayer. – ordenó Doña Isabel.

Santiago tradujo con fluidez y luego escuchó a la esclava que respondía humillada y con mucha reverencia a la noble, claramente pudo notar sus lágrimas a pesar de las gotas de lluvia sobre su rostro. Tratando de mantener su semblante, Santiago tradujo.

-Ella dice que el instrumento para labrar el campo se quebró y no pudo conseguir otro, por eso ruega su misericordia, pero dice que trabajará hoy hasta media noche para compensarlo. Dice que no volverá a pasar.

Santiago sabía que eso no sería suficiente para doña Isabel, ya podía sentir el dolor de la esclava en su propio cuerpo como lo había sentido al ver muchos episodios anteriores con otros esclavos, él no era de la "raza de inferiores", sino blanco como la leche al igual que todos sus demás compatriotas que había venido a gobernar el nuevo mundo, sin embargo el hecho de que fuesen castigados por tan poca cosa frente a él era algo que deseaba borrar de sus más lúgubres pesadillas, y seguramente este episodio sería una más agregándose a sus tormentos nocturnos. Día tras día traduciendo súplicas de los esclavos y día tras día traduciendo mensajes de condena de los nobles hacía los indios, noche tras noche sufriendo en sus sueños. Horrenda desventura ser identificado con la raza que gobernaba como grandes verdugos.

Doña Isabel dio un paso al frente y abofeteó violentamente a la esclava que cayó al suelo.

-¡Raza de Inferiores! – dijo, golpeándola una y otra vez – cuando yo digo; trabajo, se trabaja. Cuando yo digo que se detengan entonces se detienen.

Santiago cerraba los ojos mientras traducía, tratando de ocultar el sufrimiento. De nuevo los abría pero tras uno segundos volvía a cerrarlos soportando mentalmente el castigo. Hasta que Doña Isabel arrebató la espada de uno de sus escoltas y la clavó en el vientre de la esclava. Le devolvió la espada a su escolta y ordenó que hicieran lo mismo con su familia. Sus escoltas obedecieron de inmediato.

Santiago estaba sobresaltado, trató de decir algo pero no pudo, se arrodilló para tratar de ayudar a la esclava pero ya estaba muerta.

-Santiago – dijo Doña Isabel –, deja que las aves la devoren.

Era el colmo, Santiago se enfureció, metió su mano en la bolsa y con movimiento rápido la sacó y clavó su daga en el abdomen de doña Isabel al mismo tiempo que le tapaba la boca. Ella temblaba sintiendo el acero incrustarse en sus entrañas, mientras él la bajaba amorosamente hasta el suelo y la recostaba junto a la esclava.

-Dígame, mi señora – preguntó con ira en los ojos –. ¿por qué son inferiores?, ¿estuvo usted con el creador cuando Él decidió crear ambas razas?, o dígame, mi señora ¿el Todopoderoso le reveló a usted la categoría de cada pueblo en el mundo? – Santiago sacó la daga ensangrentada y con lagrimas en los ojos la alzo ante los ojos de doña Isabel agonizante y agregó – he de decirle que nuestra sangre es igual a la de ellos. Tan mortal como la de ellos.

Cuando terminaron de asesinar a la familia de esclavos los escoltas corrieron hacía el cuerpo de doña Isabel y observaron su mirada fija en la nada, vieron a la esclava a su derecha y a la par de ella la daga ensangrentada, pero Santiago ya  no estaba.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Apr 13, 2020 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

El traductorWhere stories live. Discover now