Había aprendido muchas cosas a los largo de mi vida. Distintas nociones que había descubierto a base de cometer tantos fallos como cualquier persona podía hacerlo en todas las situaciones que le aconteciesen. Yo no era perfecta, tampoco lo pretendía, pero esa falsa idea de la perfección, de que esa posibilidad no fuese algo inalcanzable, tan solo había empezado a tomar forma en el momento que había visto lo que había heredado, aquello que siempre había creído que era parte de mis ilusiones siendo niña, de mi viva imaginación en lugar de verdades como puños.
Quité el polvo que había en uno de los libros que tanto me habían prohibido leer asegurándome de que no eran nada más que hechos del infierno. Esos libros que podían haberme salvado la vida como quitármela. Debía haber sabido desde hacía mucho tiempo qué se escondía en la genética de mi familia, pero había sido el mismo destino el que me había llevado allí donde tendría todas las respuestas pese a que quizá no era el mejor lugar para encontrarlas.
Noche de Halloween de 1459, esa era la fecha exacta. ¿Cómo podía saberlo? Porque sabía lo que había pasado en esa noche de Halloween delante de todo el mundo en un pueblo alejado de la nada. Eran historias que se habían contado como cuentos de miedo, no como enseñanzas propiamente dichas y pese a no entender del todo cómo había podido viajar en el tiempo hasta tan lejos, las respuestas las encontraría si lograba evitar que la "bruja" fuese quemada en la hoguera.
Francia. Temía no poder hacerme entender con nadie en el sur del país como tampoco lograría hacerme entender con nadie en el norte. No recordaba la pronunciación exacta de ese pueblo o villa, lo único que sabía es que estaba al frente a uno de los lugares que habían marcado mi historia, las historias de cientos de generaciones que se habían negado a aceptar lo que sabían o podían hacer.
Podía oler que algo se había quemado. Ese olor de comida pasada al fuego que había terminado transformándose en un olor tan fuerte y desagradable que solo podía pertenecer a la quema de cualquier tipo de objeto o ser vivo.
Mis zapatos crujían cada vez que daba un paso porque las hojas secas se quejaban de estar recibiendo ese trato bajo la suela y mi peso. Me costaba, muchísimo, poder ir rápidamente por aquel lugar por mucho que lo desease. Tenía miedo que llegase cualquier persona de pronto, en un lugar que estaba tan, pero tan silencioso para acabar observando mi ropa que provenía del mismo lugar que yo, siglos después, demasiados para no ser considerada también una bruja a ojos de ellos solo por la manera de vestir.
Me dirigí hacia el centro del pueblo, allí donde estaba la plaza. En el centro, una gran hoguera llena de hollín mostraba lo que debía haber sido el lugar de fallecimiento de cualquiera. Había llegado tarde, demasiado tarde. El cuerpo de mi antecesora había ardido en las llamas como cualquier otro ser humano hubiese hecho frente al fuego.
— ¿Qué buscas? —escuché una voz de pronto a mi espalda y di un respingo.
Me giré para encontrarme con una versión en pelirrojo de mi madre. Inclinó su cabeza esperando que le dijese algo, pero aún estaba sorprendida porque había podido entender lo que ella me había dicho. ¿Tanto francés antiguo sabía o es que a duras penas había evolucionado además de yo haber hecho mucho más caso del que creía a mis clases en el instituto?
— Je... je...
— Puedes hablarme en tu idioma, querida. Soy consciente que no eres de por aquí.
Su sonrisa era algo más tranquilizadora que ese aspecto casi animal que le concedía una mirada completamente resaltada por el negro, como si supiese la importancia del maquillaje para hacerse ver más poderosa, pero ¿había maquillaje en aquella época que pudiese adquirir cualquiera? ¿Y quién había que supiese mi idioma en una Francia tan antigua?
— A mi... antepasado, pero creo que he llegado demasiado tarde.
— ¿Por qué piensas eso?
— El olor a chamuscado...
— Oh, eso —rió antes de encogerse de hombros—. Si no fuese por el olor no me hubiesen dejado tranquila hasta que no me "quemase del todo". Te has perdido un gran espectáculo. Creo que el mejor de mi carrera —bromeó antes de caminar hacia la pila de cenizas en la que había algo que parecía brillar—. Debo reconocer que lo que menos me gusta de todo esto es tener que quitarme las joyas para que parezca aún más real. Pero sin duda ha sido la más creíble interpretación que he hecho.
— Un... un momento, ¿eres Angelique?
— La misma, querida —se incorporó para quitarle el polvo a sus joyas con los dedos pese a sorprenderme que esas joyas no se hubiesen terminado por volver líquido o al menos deformarse un mínimo—. Déjame adivinar. Has venido aquí como todas las demás creyendo que había muerto por esa patética historia que os cuentan a todos los niños. Mira que, en el momento que me encuentre con alguna de mis tataratataratatara... bueno, ya sabes, nietas, les daré de collejas hasta el juicio final.
Terminó de ponerse uno de sus anillos antes de caminar hacia mí mostrando su más que regia figura, ese andar que casi parecía ser parte de la realeza como si fuese consciente de la inmensa importancia que había en toda ella.
— Sígueme si quieres que te responda todas sus preguntas, porque no puedo quedarme aquí mucho más tiempo o intentarán quemarme de nuevo y se me ha acabado la carne de gorrino —admitió antes de mover la cabeza de manera rítmica.
— ¿No tienes miedo de que te vean?
— ¿Sabes el pánico que tienen a la noche de las brujas y más aún después de haber "quemado" a una? No, tranquila, nadie se asomará para ver si somos reales o no, pero eso no significa que tenga mucho tiempo para quedarme, mañana por la mañana se asegurarán que todo lo que poseía se ha ido también conmigo. Así que, rápido, jovencita —volvió a sonreír antes de seguir caminando hacia lo que supuse que sería su hogar, el lugar del que yo había salido al llegar allí.
