El marido de Perla llega un día al hogar exuberante de alegría porque lo trasladarán a la ciudad de Lyon y se radicarán allí por algún tiempo. Perla rememora ese día mientras cubre la cama con la colcha, suspirando con nostalgia, mirando a las palomas coquetear entre ellas y prodigarse mimos bajo el cielo francés. Se da cuenta entonces que lo hacían de la misma manera en su cielo natal, en su amada Argentina, porque los pájaros no tienen banderas.