Esas cuatro paredes me estaban volviendo loca. No tenían nada, ni una ventana, mancha o irregularidad. Eran impecables. Eran blancas. Un color que se me había vuelto el más odiado para mi. Solo tenía tres cosas para hacer: mantenerme parada, echarme al suelo o en la silla de hierro que estaba adherida a este. Ambos blancos. Durante horas, que a mi parecer fueron días, mi pobre cerebro buscaba consuelo en el objeto frente a mí, repitiendo una y otra vez "silla", "silla", "silla", como si intentara convencerme a mi o a ella de lo que era. Patético, ¿Verdad? Era como señalar a un perro y repetirle a éste "perro", "perro", "perro". Hasta el pobre animal me vería como una loca. Pero ¿qué más podía hacer? Si seguía sin hacer algo para mantenerme ocupada perdería la cordura.
1 part