Ondeaba en el aire mi vestido de seda azul, brillantes faros de un auto es lo ultimo que recuerdo, antes de la plácida ingravidez, el aire frío nocturno, el cielo oscuro y sereno, bocinas que sonaban lejanas, me sentía tan liviana, tan pausada, que solo me dejé caer hasta que ya no hubo sensación alguna. Pensar que durante toda mi vida me dijeron que la muerte dolía, me parecía ahora un mito estúpido. Suspendida en el aire, como si solo me sostuvieran finas cuerdas de tela solo sientes, al igual que la pérdida, un vacío. Yo desolada en el frío piso de la calle, tocando los dedos cicatrizados de la muerte y mirando su rostro triunfante, mientras que probablemente Gerald estaba revolcándose en la cama de alguna prostituta barata a unos cien kilómetros de aquí.