Pero, vale, estamos en la parte de la historia en que yo aún era muy cría, asi es que no me juzguen si tomé una decisión equivocada.

No hablamos nada durante la cena. Nos deshicimos fingiendo que el juego de miradas y sonrisas tapadas por las copas de cristal al beber eran solo parte de lo que ya sabíamos. Sentíamos algo, sí. Queríamos algo, tal vez. Pero, ¿Cómo negarte a lo conocido? Es atractivo pensar en la seguridad de lo que ya conoces.

Tus miedos. Tus demonios. Eres un libro abierto cuando amas. Y yo ya había amado.

¿Por qué no?

Caminamos hasta la Grand Army Plaza, donde su arco imponente y sus caballos nos recibió como hace años cuando nos fugamos de la primera clase en la universidad. Bueno, mi primera clase. La de él fue la primera clase de tercer año. Se supone que en la Grand Army Plaza fue la primera guerra revolucionaria de los estados unidos luego de su independencia y por eso el terreno es como pisar tierra santa. A nosotros, en cambio, solos nos importaba un lugar para fugarnos y darnos un par de besos alejados de todo. En aquel entonces, ambos eramos más libres, porque con el paso del tiempo, nos dimos cuenta que una hija de los St. Clair y un hijo de los Harper, debían dar el ejemplo en las facultades de medicina.

Pero, apenas nuestros pies tocaron el frío cemento que situaba el camino del parque, la conversación que habíamos estado aplazando por horas se llevó a cabo.

Y juré que se me contraían las tripas.

Wes se detiene con aires de seguridad. Bota el vaso de café en uno de los basureros que estaban a la entrada y se sacude las manos en plan de que dará un discurso muy importante. Sí, así fue.

Me observo con detención y sacudió un par de copos de nieve que se albergaban en los mechones de cabello que mi gorro de lata no alcanzaba a cubrir. Siempre me gustó que fuese tan dedicado a mí.

—No voy a andar con rodeos, ¿vale? —Y me sonrió con un movimiento ladeado.

—Vale —dije como una quinceañera nerviosa que sabe que el chico que le gusta está en frente.

—Luego de visitar este lugar comenzamos a salir seriamente. Y desde ahí, no me imaginaba tanto tiempo sin ti. Esos dos años fueron... —hizo una pausa. Tomó aire y observo a una pareja que caminaba tranquilamente tomados de la mano. Volvió la mirada hacia mí, contrariado —. Lo necesitaba. Tenía que avanzar en mi carrera y no creas que no me dolió dejarte.

—Me dolió no ir contigo.

Aunque lo que debí decir fue: Me dolió que no entendieras mis procesos. Porque eso fue lo que realmente había pasado.

—Pero, quiero que funcione. Siempre lo he querido —Lo ví quitarse los guantes y guardarlos en el bolsillo de su abrigo azul. Con sus manos heladas y palidas cogió mis mejillas y mi piel sintió su débil calor. Levantó mi mirada hacia él, que me observaba con esperanza —. Ya estoy listo, Laureen. Estoy trabajando y he terminado mis estudios. Esa especialización en Europa terminó. Podemos hacer lo que queramos. Quiero que funcione, Birdie.

Sonreí al punto de contraer el gesto al escucharlo decir Birdie, otra vez. Era pajarito en alemán. Solía llamarme así desde que nos conocimos. Para él, yo era una avecilla tierna y pequeña.

Mis dedos abrazaron sus manos todavía en mis mejillas.

—Te estás tirando a la piscina demasiado pronto. No sabes lo que pienso sobre-

—Sí —interrumpió con seguridad —. Te conozco, Birdie. Se lo que hay detrás de esos ojos verdes. Se que eres insegura, pero que te aferras y te esfuerzas por cumplir tus expectativas. Se que eres ambiciosa, que quieres alcanzar meta tras meta y no te rendirás hasta ver tu pared llena de reconocimientos. Se que amas la medicina y que deseas ser una doctora cuyos niños confíen. Se que tienes miedo que la gente sepa que tienes asuntos.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora