00 · Dos años antes

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Apenas entendí de qué estaban hablando, solo llegué a comprender un par de palabras sueltas, por lo que estaba completamente perdida en lo que al motivo de su discusión se refería.

—¿Confiar en ti? Sortez d'ici! [¡Sal de aquí!] ¡Y no vuelvas! ¿Te ha quedado claro, Ángel? —gritó el dueño, con un marcado acento francés. Sus ojos negros brillaban y el pelo rubio se le pegaba a las sienes por el sudor—. Y devuelve el delantal...

El chico, Ángel, como lo había llamado el dueño, se lo quitó con violencia, lo hizo una bola y se lo lanzó a la cara. Al dar media vuelta, su hombro golpeó el mío de tal manera que me empujó contra la mesa de al lado, haciendo que estuviera a punto de caerme de bruces contra la señora que había sentada. Y lo habría hecho, de no ser porque la mano de Ángel sujetó mi brazo con fuerza para evitarlo. Alcé la vista y sentí cómo mi respiración se paralizaba al encontrarme con unos ojos azules y oscuros que me atraparon por completo. El corazón me latía con fuerza, me sentía incómoda por la discusión y, al mismo tiempo, porque el agarre del chico no desaparecía. Cuando pareció reaccionar, me soltó el brazo con brusquedad.

—Lo siento —dijo, mirándome fijamente a los ojos.

Me vi obligada a devolverle la mirada y, a pesar de que me había soltado, seguía notando su mano ardiendo en torno a mi brazo. El chico agachó la cabeza y desapareció del local dejando el ambiente tenso y frío.

—¿Estás bien, querida? —me preguntó la señora mayor, que estaba sentada en la mesa contra la que me había estrellado.

—Sí, tranquila. No se preocupe —contesté, en un hilo de voz.

Me quedé de pie, bajo la mirada culpable del dueño de la cafetería. Tragué saliva, pensando cómo salir de allí de la manera más desapercibida posible.

—Siento el espectáculo —dijo el hombre, mirando a los clientes.

Abatido, dio media vuelta y regresó a la parte interior del local, donde dejé de verlo. La mujer de la mesa me puso una mano en el hombro después de levantarse despacio. Era bastante mayor, tenía el pelo rubio y corto, el rostro lleno de arrugas y una mirada dulce. Sonrió con cariño y señaló la puerta con una de sus manos.

—Te he visto mirar el cartel, ¿querías preguntar por el trabajo, cielo? —me dijo, con suavidad.

Me encogí de hombros, porque no sabía si después de lo que acababa de ver seguía queriendo trabajar en ese sitio. Lo último que necesitaba eran más problemas. La mujer llevó la mirada hacia la barra.

—No sé lo que ha pasado entre Benoît y el chico —dijo, con sinceridad—, pero te aseguro que ha tenido que ser algo muy serio para que hayan discutido de esa manera. Si estás interesada en el puesto, que no te asuste lo que acabas de ver. Llevo viniendo a esta cafetería más de cinco años y nunca había pasado nada parecido.

—Lo cierto es que me vendría muy bien el trabajo... —admití.

En total, solo me quedaban cincuenta euros, y con eso tenía que pagar el hostal durante todo un mes y comprarme comida. Como era evidente, las cuentas no salían. La mujer me sonrió, me cogió del brazo y me acompañó hasta la barra. En ese momento, me recordó a mi abuela. A pesar de que hacía un año de su muerte, todavía la echaba muchísimo de menos. Después de todo, era la persona que me había criado.

—Benoît, hijo, esta chica quería preguntar por el trabajo —le dijo la mujer, alzando la voz para que la escuchara.

El hombre atravesó un arco donde estaba colgada una cortina de tonos marrones y se me quedó mirando con la frente arrugada. Después, paseó la vista por las mesas como si alguna fuera a decirle qué debía hacer.

—Así que quieres trabajar aquí...

Asentí con nerviosismo.

D'accord... ¿Quieres tomarte un chocolate mientras hablamos? —me ofreció—. Fuera hace bastante frío.

Yo asentí sin decir nada. La mujer me dio un suave apretón en el brazo antes de desearme buena suerte y regresar a su mesa. Con el tiempo, pude conocer mejor a Benoît. Era un hombre bueno y honrado que cuidaba de sus trabajadores como si fueran de su propia familia. Y no tardé en darme cuenta de que hacerlo enfadar era prácticamente imposible. Así que durante mucho tiempo le estuve dando vueltas a lo que pudo haber hecho Ángel aquella mañana. Porque, a pesar de que nuestros caminos se habían cruzado durante apenas un minuto, no conseguí olvidarme de aquellos ojos azules.

 Porque, a pesar de que nuestros caminos se habían cruzado durante apenas un minuto, no conseguí olvidarme de aquellos ojos azules

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