Los pocos agentes que hay rondando a estas horas por la central me miran con asombro y no se si es por verme rondar a estas horas o por las insignias que dan a conocer el rango que tengo. Llego al piso correspondiente de los Capitanes de la AFEM y entro a mi oficina donde donde Harry me espera con lo que pedí, le doy la espalda y dejó la maleta sobre el sofá.

— Retírese.

Cuelgo un silbato en mi cuello y cuando estoy agarrando la bocina tocan a la puerta.

— Dije que se retirara.

Elevo la voz pero vuelven a tocar y entran sin mi consentimiento.

— Lo siento mi Capitán, soy el Cabo Horus Koeman y...

Se queda en silencio cuando me giro para mirarle, no puedo negarme al asombro generado por mi parte pero joder, no puedo evitar compararlo con aquel hombre. El iris de sus ojos son iguales, el mismo tono de piel y cabello pero su apellido es otro.

— ¿Y que, Cabo? —cuestionó saliendo de mi pequeño trance y el sigue sin hablar, sorprendido, analizándome de pies a cabeza. Arqueo una ceja y sus mejillas se tiñen de carmesí—. No tengo todo el día.

Aunque sea un hombre atractivo con una mezcla de chico malo y tierno, no estoy en momento para estupideces, salgo del despacho dejándole solo en su transe.

— ¡Espere! —corre a mi lado—. Disculpe mi Capitán es que —carraspea—. Bueno quisiera pedirle un favor si no es mucha molestia.

— Deje los rodeos y al grano, cabo.

— Estoy en proceso de ascender a Sargento y como sabrá, uno de los requisitos es servir durante tres meses a alguno de los líderes de tropas —se pasa la mano por su cabello rubio—. Quiero estar bajo sus órdenes.

Lo analizo por el rabillo de mis ojos, por un par de segundos. Me importa mierda lo que necesita o no pero algo en él capta una pequeña parte de mi atención.

Nos detenemos frente a la puerta que está cerrada, la de los dormitorios donde ahora mismo descansan los aspirantes a futura tropa Elite, hay veinte de los mejores soldados en esa recamara queriendo ser elegidos a la mejor tropa de la central pero sólo cinco serán escogidos para la Elite. Es mi deber entrenarlos, adiestrarlos, sacar sangre y sudor hasta lograr de ellos la perfección absoluta.

Miro el reloj de mi móvil 5:00 am, justo a tiempo. Le entregó la bocina y mi móvil al Cabo.

— Dieciocho cero dos cero tres, clave de mi móvil y todos mis dispositivos digitales, memorícela —viro el rostro para mirarle—. Odio la impuntualidad, las quejas, las excusas y que me contradigan —sonrió mostrándole la dentadura—. Vas a arder, Cabo.

Va a hablar, levantó la mano y pierde la intención de hacerlo.

— Ahora enciende la maldita bocina y pon a reproducir el audio de treinta segundos que tengo listo en el móvil.

Mientras hace lo que pedí, cuidadosamente abro la puerta e ingresamos, cierro y con la luz apagada el sonido de disparos, bombas y misiles explotar retumban en el lugar consiguiendo que los soldados se despierten alterados y gritando que los atacan.

Uno de ellos hace uso de la inteligencia y enciende la luz, ganándose miradas fuera de lugar y aun desubicados por lo sucedido. Mi postura es recta y con las manos atrás, detalló a los soldados, unos están a medio vestir y otros buscando quien sabe que.

Al fin reaccionan percatandose en totalidad de mi presencia y murmuran entre sí.

— Cadáveres —digo en tono firme y alto—. ¡Cadáveres es lo que son!

TRAICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora