Capítulo 22 - parte 2

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En un lugar lejano a la batalla contra los enviados especiales por Dios, se aprecia el entrenamiento de dos chicos de especies distintas. Yuki y Jun, tras un acuerdo con el grupo, intentan fortalecerse física y mentalmente para poder sobrellevar las peleas y las situaciones que se presentan en el apocalipsis de mejor manera. Por cuestiones de justamente, la naturaleza de ambos, llevan de una manera diferente lo que le ocurre a los humanos en la actualidad.

—Yuki, te dije que así no. Las patadas deben ser más altas, —le sujeta por el tobillo, levantándole un poco— sino, ¿Cómo esperas darme en la cara?

—Nunca fueron mi especialidad, más que nada pateo cerca de mis manos. —mira hacia un costado, torciendo la boca.

—Tienes que hacer —en un salto lleva la punta del pie hasta el mentón del contrario aunque sin pegarle, y tras una vuelta en el aire, cae de pie sin dificultad alguna—. Así. Lo viste bien, ¿No?

—Es muy difícil, ¿Sabes? —suspira y trata de imitarlo, pero no consigue ni dar la vuelta, ni la altura del golpe, cayendo al revés—. Es inútil. Esta parte es muy difícil de seguirte. Con los puñetazos me va mucho mejor.

—¡Pero tienes más fuerza en las piernas! —se acerca hacia a él y le da pequeños golpes en los muslos, cerca de las rodillas, a modo de señalarle—. Mira esos músculos. No deben estar en vano.

—Agh, ya Jun. —se sonroja y se rasca la nuca—. Está bien, voy a seguir intentando. Pero yo no puedo controlar la fuerza y la dirección a la vez, te aviso.

—Para algo eres un ángel. No es como si no nos hubiésemos lastimado estos días en el entrenamiento. —sonríe divertido y toma una postura desafiante—. Vamos.

Se encuentran literalmente frente a la casa del chico de ojos grises, con la idea de no causar algún destrozo adentro. De todos modos, la calle ya está agrietada.

—¡Va! —toma impulso con el pie opuesto al que usa para golpearle, y consigue una mayor altura gracias a ello, pegándole con fuerza bajo el mentón. Sin embargo, no puede lucirse con la caída, es mucho decir que al menos aterriza con los pies.

—¡...! —el impacto lo aleja del otro, pero con sus alas consigue mantenerse en el aire—. Ah, me hiciste morderme la lengua. —arquea una ceja, a la vez que infla una mejilla. A los segundos desciende y se para frente al otro.

—Yo te lo dije y aceptaste. Así que no te quejes. A ver, saca la lengua. —ríe divertido por la reacción del mayor.

—Mh. —asiente una vez y abre la boca, mostrándole la sangre que tiene por culpa de sus filosos dientes.

—Debes lastimarte bien feo cada vez que te equivocas al comer. —ríe más y se queda mirando un momento. Probablemente le llama la atención el color de su sangre, o en sí el tamaño de sus colmillos.

—... —guarda la lengua y lo mira frunciendo un poco el entrecejo—. ¿Me quieres curar o no? Porque tenemos que seguir practicando.

—Ah, sí, lo siento. —aclara la garganta y vuelve a tomar un color rojizo en sus mejillas. Lleva una mano cerca del rostro del otro, sanándolo instantáneamente por ser una herida tan leve.

—¡Oye! Ni siquiera hacía falta que te muestre en dónde me lastimé, si no necesitas verlo para curarlo... —se sonroja también, manteniendo aquella mirada indignada a su mejor amigo—. En qué rayos andas pensando... —le empuja con una mano, haciéndole presión sobre el hombro.

—No es nada, sólo sigamos con tus instrucciones. —esconde los ojos tras los flequillos, cabizbajo.

—¡Mira al frente! ¡Ven y quiero dos patadas! Pero si es posible a las mejillas. —se aleja de él, dándole espacio para el siguiente movimiento.

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