—Si así lo prefieres...

Me encogí de hombros y me recosté a uno de los estantes.

—Por lo visto, ya te acabaste el libro.

—Así es.

—Mierda —musitó—. Sabía que debí darte Las mil y una noches.

Solté una risilla.

—Superó mis expectativas —confesé.

Se giró hacia mí y sonrió con autosuficiencia.

—Por supuesto que lo hizo. Si algo tengo es buen gusto, Rodolfo.

—¿En serio? Tus tatuajes dicen lo contrario —repliqué.

—¿Y tú si lo tienes? Tu cabello naranja dice que ni siquiera tienes sentido común.

—Bien —alcé las manos en señal de rendición—, admito que por esta vez tienes razón y sí es una buena historia. Sinclair me pareció un buen tipo, lástima que nunca haya podido confesarle su amor a Demian.

Terminó con las cajas y caminó hasta mí.

—Ya veo que no entendiste en lo absoluto la historia —dijo, un poco escéptico, y arrugó la nariz—. Sinclair nunca amó a Demian, simplemente lo admiraba demasiado. Demian representaba algo así como todo aquello que siempre quiso ser y nunca se atrevió.

—Quizás quien no entendió la historia fuiste tú, Charlie —respondí—. Tal vez solo lo amaba en silencio de alguna forma y jamás se atrevió a aceptar la verdad y confesársela.

Resopló y puso los ojos en blanco. No obstante, le dio un par de vueltas a la idea.

—¿Y cuál era el punto de «amarlo en silencio»? —preguntó—. Si ese fuera el caso, se lo hubiera dicho. No creo que eso hubiera cambiado nada entre ellos.

—Quizás pensó que esa no era la mejor opción y tuvo miedo.

—Entonces, Sinclair era un idiota —afirmó—. ¿Qué era lo peor que podía pasar si se lo hubiera dicho?

—Eh... ¿que Demian lo rechazara y que dejara de ser su amigo?

—Hay cosas que pueden ser y otras que no. Punto —dijo con simpleza—. ¿Y? ¿Era tan serio eso? En ese caso, el idiota hubiera sido Demian.

En realidad, concordaba con él en que Sinclair jamás había estado enamorado de Demian. Solo lo había dicho para contrariarlo. Sin embargo, sus palabras me hicieron reflexionar un poco, y presiento que no tuvo mucho que ver con la historia de Sinclair y Demian. Pero ese no era el momento para darle muchas vueltas a ese asunto.

—Y... —dije para molestarlo—. Si dices que entre ellos solo había admiración, ¿me dejarías besarte, entonces? Ellos se despidieron con un beso, ¿no?

—¿Qué? —preguntó con incredulidad y algo de burla—. ¿Acaso quieres besarme, Rodolfo?

—¿Somos amigos igual que ellos, no?

Soltó una risotada y comenzó a caminar hasta la salida de la librería, dándome la espalda.

—Ni lo sueñes, Rodolfo.

Lo seguí.

—¿Por qué? —insistí, sonriendo de un modo perverso—. Eso es lo que hacen los amigos, según tú.

—Nos vemos, Amanda —se despidió de ella, que atendía a un cliente. Luego se giró hacia mí sin dejar de caminar y añadió—: Cierto, pero tú eres feo.

La sonrisa se borró por completo de mi rostro e hice una mueca de desagrado. Volvió a reírse. Debo confesar que, de todos sus comentarios, ese fue quizás el que más me dolió. Podía soportar que dijera que era molesto o insoportable, incluso me gustaba que lo reconociera. Pero que dijera que era feo me molestaba más de lo que debía, sobre todo, porque era verdad. Mi hermana se había llevado la belleza natural que nos correspondía a los dos, y yo no era más que un pobre tonto que necesitaba teñirse el cabello de naranja para sobresalir un poco.

Aunque tú nunca me elijas © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora