• CAPÍTULO 47 •

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—Ruggero. Te voy a decir algo pero espero que no te enojes.

—¿Qué pasa?

—Te estas enamorando.

Me quedo helado al escucharla decir eso.
Quito la mano de encima de mi rostro y la observo confundido.

—¿Cómo... cómo se siente estar enamorado?

—Sientes cosas en tu pecho. Es como una clase de dolor que te invade cuando no la tienes cerca. Te dan ganas de ir corriendo a verla, besarla, abrazarla y ya nunca soltarla.

—Pues entonces no estoy enamorado —me vuelvo a echar el brazo sobre el rostro y continúo con mi relajación—Esas son tonterías. Eso solo les pasa a las personas que creen en las hadas y que ven todo de rosa.

—No es así.

—Claro que si. Las personas como yo no sentimos eso. Un ejemplo es mi padre y aunque tuvo a un momento a mi madre, ahora ya no la tiene.

—Tu padre es una persona mala, tu madre es buena. No te confundas y no compares las cosas Ruggero porque tú al igual que Karol son unos hijos de puta —escucho atento—No puedes venir y decir que con ella te sientes en una aventura envuelta en peligro, que adoras cada cosa que hace y luego afirmar que no te enamoras —me quita el brazo de encima para que la vea—Me duele ser yo la que te diga todo esto. Me duele porque yo a ti te amo y ver que sientes lindo con otra mujer me destroza. —hace una pausa—No solo te soy fiel como mi rey, también te soy sincera como tu amiga y te digo que cuando ella te retó anoche, se fulminaron y se dieron golpes bajos en el ego... ¿sabes por qué Hermes no se paró y no te golpeo? ¿Lo sabes?—niego—Todos ahí presentes vimos la intensidad de sus miradas. Expresaban tantas cosas que es difícil mencionarlas todas.
Era rabia, enfado, malestar, furia y había un toque de pasión. Ustedes dos son tal para cual que se hieren ustedes mismos.
Ruggero, te enamoraste.

—Deja de decir tonterías —me pongo de pie—¿enamorarme de la niña Sevilla? Por Zeus, cuéntame otro chiste.

»Por Zeus«

La miro confundido cuando sonríe coqueta.

—¿Dónde he escuchado antes esa expresión? Oh si, ya lo recordé; de la mujer que amas.

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El bombardeo hacia la policía ha tenido excito.
He mandado a Hermes y Maxon a que dirigieran un operativo de bombardeo por lo que me hicieron y le hicieron a mis hombres.

Me siento a cenar yo solo y disfruto ver en mi computadora las cámaras de seguridad de la playa de Santa Monica.
Ahí está, recostada en un camastro en la arena con tal vez una bebida cara entre sus manos.

Suspiro y continúo comiendo.
Las criadas están de pie a unos cuantos metros de mí por si se me ofrece algo y de reojo veo a la cocinera Amelia pasar como si nada.

—¿Quiere más, joven?

—Estoy muy lleno, con esto me basta.

—Bien. Aquí estaré por si gusta que le haga algo más.

Asiento y dejo que se marche a seguir con sus deberes.

Todo iba bien hasta que los insoportables de mis amigos se pasean por el comedor y exactamente se ponen detrás de mi para ver lo que veo.

—Uff, estas frito. Esa mujer te fascina.

—Cierra la boca Maxon, no estoy enamorado.

—Nunca dije que lo estuvieras.

Tú, Yo y El Mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora