Capítulo 43

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MASOQUISTAS ENAMORADOS

NOZOMI

Sus colmillos se clavaron en mi piel, un dolor agudo recorrió mi cuerpo, pero en lugar de la agonía que esperaba, sentí una oleada de placer. Era como si una corriente eléctrica recorriera mis venas, encendiendo cada rincón de mi ser.

Cada mordida era un beso, una marca de posesión que me convertía en suya de forma irrevocable.

Me aferré a él mientras sus colmillos se hundían en mi carne, sintiendo su aliento cálido en mi cuello y sus manos apretando mi cintura. Un gemido involuntario escapó de mis labios, mezclándose con su ronco gruñido de satisfacción.

Al apartarse, su rostro estaba iluminado por una sonrisa triunfal. Sus ojos azules brillaban con una intensidad que me hipnotizaba.

Con cuidado, colocó una curita sobre la herida, ocultando la marca de su mordida. Era evidente que se preocupaba por mí, que no quería causarme dolor innecesario.

Comenzamos a comer, disfrutando de la deliciosa comida y de la compañía del otro. Compartimos risas y muecas de placer, saboreando cada bocado, en especial yo, ya que él parecia divertirse con cada reacción mia.

Me sentía llena y feliz, pero no quería separarme de Francisco. No quería regresar a la mansión, a ese lugar donde me sentía prisionera.

Salimos del restaurante y caminamos hacia un parque cercano. El clima era nublado y un manto de nieve cubría el suelo. Las rosas del parque estaban marchitas, la fuente tenia agua congelada. Un asiento solitario en una esquina parecía invitarnos a sentarnos.

Francisco me tomó la mano y nos dirigimos hacia el asiento. Nos sentamos en silencio, disfrutando de la tranquilidad del parque, de repente, la nieve comenzó a caer. Copos blancos y delicados descendían del cielo.

Francisco me miró a los ojos y, con una voz llena de ternura, me dijo —Amo todo lo que eres—.

Sus palabras me conmovieron hasta lo más profundo de mi alma. Me acerqué a él y lo tomé del rostro, de los hombros y de la espalda. Era la primera vez que lo tocaba con tanta libertad, sin miedo ni restricciones.

Él me levantó en sus brazos y me sostuvo en su regazo. Nuestros labios se encontraron en un beso suave que se fue profundizando hasta sentir el sabor de su boca, de su lengua acariciándome. No quería separarme de él jamás.

Sus besos descendieron por mi mejilla, mi clavícula y finalmente mi cuello. Besó la curita que cubría la herida de su mordida y la arrancó con cuidado. Sus colmillos se clavaron en mi piel una vez más, esta vez con una intensidad que me hizo gemir de placer.

Un calor recorrió mi cuerpo, mezclándose con la sensación de miedo y excitación. Lo tomé del cabello, sintiendo el poder de su mordida.

Al apartarse, me besó con ternura y colocó una nueva curita sobre la herida. Sus besos sabían a sangre, a deseo y a posesión. Era una sensación extraña, pero me gustaba. Quería más mordidas, más besos, más de su presencia.

Lo empujo suavemente y tomo el control. Lo beso en la mejilla, imitando su gesto. Me siento nerviosa, y él lo sabe. Un gruñido sale de su garganta, un sonido que me llena de emoción.

Me acerco a su cuello y, aunque no tengo colmillos, lo muerdo con fuerza. Sus músculos se tensan bajo mi toque, pero no me aparta. En cambio, un gemido ronco escapa de sus labios, mezclándose con el mío.

Nuestra mordida es un intercambio de poder, una expresión de nuestra pasión y deseo mutuo. En este momento no hay distinción entre cazador y presa, solo dos almas que se funden en un arrebato de amor y lujuria.

De repente, el sonido de voces nos saca de nuestro trance. Un grupo de mujeres y niños se acerca al lugar, sin duda atraídos por la nieve que cae a nuestro alrededor.

Nos apartamos rápidamente, con la respiración agitada y las mejillas sonrojadas. Francisco me mira con una intensidad que me hace sentir que me desnuda con la mirada.

—Será mejor irnos—, dice en voz baja.

Se levanta y me toma en sus brazos, cargándome como si fuera una niña pequeña. —Cierra los ojos—, me ordena.

Obedezco y cuando los abro de nuevo, estamos en el auto. El motor ya está encendido y Francisco está al volante, mirándome con una sonrisa traviesa.

—Eso fue demasiado rápido—, le digo, todavía sin aliento por la intensidad del momento que acabamos de compartir.

Enciende el auto y me mira con complicidad. —No solo en eso soy rápido—, responde con un guiño.

Sonrio sin entenderlo del todo, conduce por las calles de Ensville, dejando atrás el recuerdo de la nieve y del momento apasionado que compartimos y en ese momento soy consciente de lo que íbamos a hacer ¿Que hubiera pasado si las personas no hubieran llegado? ¿Hubiera sido capaz de seguir? Algo que me dice que si y me quedo en silencio durante todo el camino, sintiendo la vergüenza surgir.

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Dama de un vampiro ✓Where stories live. Discover now