Capítulo XLVII. (El viaje)

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Por un momento apareció la imagen de mi habitación y un hombre que nunca había visto deslizó el teléfono bajo la cama, el mismo que habíamos encontrado. Observaba todo con sumo detenimiento, más que todo mis cosas y, finalmente salía como si nada, como si pudiera tener acceso a ese espacio a su antojo. No pude ver su rostro porque estaba usando un pasamontañas, pero si pude ver sus ojos, uno era verde y el otro era azul. Heterocromía.

Me desperté de golpe porque comenzamos a deslizarnos, los cauchos patinaron contra el asfalto ruidosamente y de inmediato nos salimos de la carretera.

¿QUÉ PASA? —pregunté completamente alterado.

Nos dieron en un caucho, agárrense mientras intento controlarlo. —me explicó rápidamente M.

Los chicos se estaban aferrando de los asientos, yo hice lo mismo y enterré las uñas en el cuero sintético. Por el movimiento tan brusco era difícil sacar un arma o intentar buscar atacantes en los espejos. Sentí nauseas casi de inmediato, pero busque la forma de salirme del asiento y baje la ventana para sentarme en la puerta y sostenerme del techo, para poder ubicar la posición del enemigo.

En la ventana de atrás Darío hizo lo mismo. Me pasó un arma y la sostuve con tanta fuerza como pude, mientras apuntaba al objetivo, un camión blindado que no estaba demasiado lejos de nosotros. Fue difícil apuntar en esas circunstancias y mi puntería siempre perfecta, fallo. No le di al caucho, pero si al parabrisas, apenas se quebró por el impacto, pero no lo traspasó.

Darío comenzó a disparar, pero al contrario de mí no tuvo ningún tipo de paciencia y les terminó de reventar el parabrisas. Pero antes de que se detuvieran un hombre que estaba como nosotros en el puesto de la defensiva nos dio en otro caucho y la camioneta se vio forzada a luchar entre detenerse y seguirse deslizando por un breve momento. Sin embargo, los esfuerzos de M no fueron suficientes y caímos por un risco.

Estábamos en medio de una zona montañosa.

Fue la peor sensación que pude sentir en mi vida, como una montaña rusa que nunca se detiene. Giramos hacia debajo de manera brusca, no tuvimos oportunidad de hacer nada, me tuve que arrojar dentro para no caer al igual que Darío y cuando por fin se detuvo, todos estábamos tan aturdidos que durante unos minutos nadie dijo nada.

Quería preguntarles si estaban bien, si estaban vivos, pero la cabeza me palpitaba dolorosamente y con tanta fuerza que me zumbaban los oídos. Pase saliva y gire la cabeza muy despacio para ver a M, estaba del mismo modo que yo, un poco peor. También me miró y estiró la mano para limpiar algo de mi rostro, que momentos después descubrí era sangre.

Entonces el aturdimiento tuvo sentido para mí; en algún momento me la había golpeado contra la ventana o la guantera mediante el brusco movimiento de bajada. Apreté los labios e hice el esfuerzo de levantarme para salir del auto.

Caí en el piso tan pronto abrí la puerta y me di cuenta de que a mi alrededor solo habían árboles, habíamos caído en alguna clase de bosque. Escuché ruido del otro lado y levanté el arma para poder defenderme, en caso de que fuera uno de los atacantes, pero solo era M buscando estabilizarse tanto como yo.

Diablos... demonios... hijos de... —ese era Darío.

¿Los chicos están bien? —pregunté, pero no supe si mi voz era un susurro o se escuchó lo suficientemente fuerte.

Todavía respiran, solo están noqueados.

Eso es bueno... si...

Sonreí y llevé el brazo sobre mis ojos, solo entonces me di cuenta de lo mucho que me dolían los músculos; me levanté con esfuerzo y cuando pensé que caería M me sostuvo con sus brazos. Lo mire y suspire aliviado al ver que estaba bien, no estaba herido, solo tan aturdido como yo.

Marioneta de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora