01 | Boa Constrictor

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Mi mellizo y yo nos sentamos juntos para empezar a comer escuchando al cumpleañero contar sus obsequios, como todos los años.

—Treinta y seis —dijo Dudley cuando acabó de contarlos, poniéndose rojo—. Dos menos que el año pasado.

Ay, no. Mi hermano y yo compartimos una mirada y sin decirnos nada comenzamos a comer desesperados. Cuando Dudley ponía esa cara de globo a punto de reventar era porque le seguía un berrinche, y cuando hacía un berrinche todo terminaba en caos. Esperaba al menos que esta vez lográramos terminar de comer antes de que volcara la mesa de un manotazo con su fuerza de jabalí salvaje.

Tía Petunia alzó la cabeza de inmediato, nerviosa. Ella sabía, todos sabíamos.

—Te faltó el de la tía Marge, dulzura. Y vamos a comprarte otros dos cuando salgamos hoy, así que tendrás treinta y nueve. ¿Qué te parece?

Sus palabras calmaron el tornado, porque Dudley perdió la rojez de sus mejillas y se dejó caer en su silla, contento.

—Está bien.

Me tragué el bocado de huevo junto al estrés que me provocaba esta familia. Los odiaba tanto que a penas soportaba compartir el mismo aire con ellos. Harry no los odiaba y no entendía por qué, aunque tampoco los apreciaba. Podría ser que mi hermano tuviera un buen corazón y amaba eso de él, pero yo lo tenía lleno de rencor por este trío de cavernícolas.

Con ese pensamiento en mente terminé de comer primero que todos y lavé mi plato, desapareciendo de la cocina aprovechando que tía Petunia estaba tan distraída que olvidó darme su opinión desdeñosa sobre mi aspecto de todos los días.

Me dirigí al baño a lavarme los dientes, ojalá que a Harry le fuera bien en mi ausencia. Vernon y Petunia Dursley eran nuestros tíos por parte de mamá, aparentemente la única familia viva que teníamos y con quienes debimos quedarnos cuando hace diez años nuestros padres murieron en un accidente de auto. Desde entonces ellos nos habían tenido en su casa, lo cual es un destino peor que la muerte, pero tras una década habíamos aprendido a tolerar sus tratos.

Aunque, debía admitir, a Harry era a quien le iba peor. No era solo tía Petunia quien lo juzgaba duramente cada vez que lo veía, sino tío Vernon y Dudley. Nuestro primo utilizaba a mi hermano como saco de boxeo y su asqueroso papá odiaba un poco más a Harry con cada minuto que transcurría en su presencia. A mí me salvaba un poco el hecho de que era mujer, porque Dudley no se metía conmigo y a tío Vernon le apenaba insultarme, sin embargo tenía suficiente con tía Petunia. Me criticaba todo. Para ella siempre parecía una vagabunda, caminaba jorobada, me vestía como niño, estaba peleada con el cepillo, no tenía modales, era respondona, grosera y maleducada.

Honestamente, no sabía la razón de que nos detestaran. Si no querían hacerse cargo de nosotros, bien pudieron dejarnos en un orfanato. Apuestaba a que Harry y yo pudimos haber sido felices ahí.

Frente al espejo del baño, peiné mi flequillo. No me gustaba usarlo, pero lo tenía que hacer porque tapaba mi cicatriz. Era en forma de relámpago, idéntica a la de Harry. Cuando les preguntamos por qué eran iguales, mis tíos dijeron que nos habíamos golpeado con el mismo objeto en el accidente y que ya no hiciéramos preguntas. A mí me gustaba mucho, la verdad, pero en la escuela me molestaban por tenerla, así que la escondía.

Salí del baño y no avancé ni tres pasos cuando Harry se estrelló contra mí, acomodándose sus lentes redondos. Estaba sonriendo abiertamente, lo que me alarmó; casi no sonreíamos en esta casa.

—¿Qué pasó? —le puse la mano en la frente, preocupada. Él la manoteó y me zarandeó de los hombros jubiloso.

—¡Iremos al zoológico, Elle! —exclamó felizmente—. La señora Figg se fracturó una pierna y no podrá cuidarnos.

Mellizos Potter y la Piedra Filosofal | HP [01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora