Capítulo 34: "Prisionera".

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—Nada es casualidad con la magia, Carla.

Hice una mueca.

—Una hechicera me dijo lo mismo —pensé en Dianora.

Amadeo dio un paso hacia adelante. Era por lo menos treinta centímetros más alto que yo, y tenía hombros anchos y brazos fuertes. Debía de haberme intimidado, pero no lo hizo.

—No oses compararme con ningún hechicero.

—¿Por qué no? ¿Acaso ambos bandos no están luchando para tener el poder de los mundos mágicos?

—Los mundos mágicos nos pertenecen.

—Ustedes dicen eso y los hechiceros se quejan porque se sienten marginados. La cuestión es que ambos, con la excusa de la "causa que los trasciende" están matando inocentes. Al fin y al cabo, los únicos que no son asesinos a sangre fría son los procesadores.

Amadeo me tomó el rostro con su mano derecha y se agachó para hablarme al oído. Pude sentir su perfume a bosque y su aliento a menta.

—No vuelvas a decir eso en voz alta, Carla... A menos que desees pasar el resto de tus días en el calabozo donde está el marcado de Lord Crewe.

Sus palabras me hicieron poner la piel de gallina. De repente, dejé de hacerme la valiente y me encogí de hombros ante su amenaza. Le tenía terror al creador del Kingdom of Blood.

Con la vista clavada en el césped azul, me quedé pensando en ese pobre humano prisionero ¿Podría visitarlo en algún momento? Seguramente él necesitaba tanto como yo sentirse acompañado.

—Basta de charla, y vamos a entrenar ¿Ves a aquellos chiquillos que están haciendo encantamientos simples con los cuatro elementos? Utilizan las cualidades que tiene la materia para poder defenderse.

Observé que algunos movían la tierra hacia arriba creando un pequeño muro. La mayoría utilizaba ese elemento ya que era el que más abundaba en el campo.

—Ellos ya tienen mucha práctica, por eso murmuran las palabras para sí mismos. En cambio, vos no tenés idea de cómo llevar a cabo tal encantamiento. Apoya la varita en el suelo y di qué es lo que quieres hacer. Escoge las palabras con cuidado.

Coloqué la barra metálica sobre el césped azul.

—Elementos de la tierra ¡Vengan a mí!

Para mi sorpresa, unas bolas de barro me salpicaron el rostro bruscamente. Fueron varias, hasta que les grité que se detuvieran. Cerré los ojos para que la mugre no me lastimara y maldije como buena argentina que soy.

Me quité el lodo y los restos de césped con los dedos, y vi que un grupo de niños estaba riéndose de mí. Sí, los mismos que habían logrado hacer un muro con partículas del suelo.

Amadeo se agachó. Chasqueó los dedos, limpiándome el rostro mágicamente.

—Te dije que eligieras meticulosamente tus palabras. Prueba con otra frase.

Agradecí de estar con el mayor de los hermanos Cuadrado, quien, si bien era más serio, por lo menos no era burlista. Francis me hubiera dejado el lodo en el rostro para que recordara mi error durante toda la tarde.


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Medealis [COMPLETA].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora