Lu sale de la casa, cierra la puerta y levanta la mirada hacia mí de forma amenazante. Como si en ese preciso momento fuese a aniquilarme.

— ¿Qué es lo que pretendes, Simón? ¿Qué estás haciendo aquí, y a estas horas? — si le decía lo que pretendía, probablemente me pondría a llorar de los nervios. No me convenía.

— Yo... vine a...— negué con la cabeza y le entregué el libro envuelto en papel café con un pequeño moño rojo en una de las esquinas — no puedo decírtelo. Sé que es ridículo que haya venido hasta acá a decirte algo importante y que no sea capaz de soltar las palabras pero, tal vez esto lo resuma un poco.

Me observó perpleja, sin decir absolutamente nada.

— Sé que ahora no estás entendiendo nada, pero espero que con el paso de los días y con eso que te estoy dando lo hagas. Buenas noches — me armé de valor y deposité un beso sobre su suave mejilla.

Pude notar el color carmesí recorriendo su rostro. Se había puesto nerviosa. Sin más me di media vuelta y bajé los dos escalones del porche para irme. Pero escuché su voz detenerme.

— Gafas — sentí un choque de electricidad recorrer mi espalda al escucharla llamarme por ese sobrenombre otra vez.

— Dime — hizo una seña para que me acercara a ella y tomó asiento sobre uno de los escalones. Imité su acción y me acomodé a su lado, ambos con la mirada perdida en la calle.

— Perdón yo... sólo es raro. Hace muchísimo tiempo tú y yo no hablamos ni nos habíamos visto. Que llegaras tan repentinamente y a esta hora fue un poco...

— ¿Precipitado? — rió levemente dándome la razón — perdón. Acabamos de llegar hoy y no puedo dormir. No podía dormir sin venir a traerte este regalo.

— ¿Por qué? — sonreí y bajé la mirada — ¿Simón?

Me eché a reír y la miré a los ojos.

— Ábrelo para que lo sepas, genia — negó con la cabeza divertida. Y a penas rasgó el papel, sale su amiga de la casa con un bolso colgando de su hombro.

— ¿Ya te vas? — dice levantándose para despedirse de Judith.

— Sí, Carmín ya se dió cuenta que no he llegado y me pidió que regresara a casa.

— ¿Por qué está tan de malas últimamente?

— Porque sigue embobada con Marco, ¿por qué más? — ¿Marco? ¿Era el mismo Marco?

— Bueno, vete antes de que de verdad se moleste y mañana ambas paguemos el precio. Con cuidado, amiga — dejó un beso sobre su mejilla y la chica se encaminó hacia el lindo auto blanco. No sin antes detenerse y despedirse de mí.

— Aún no me creo que te conocí. Muchas gracias por la foto.

— A ti, por el apoyo — sonrió besando mi mejilla y salió corriendo. Esa amiga suya, Carmín, sonaba un poco temperamental.

Lu se quedó un momento parada con las manos sobre la cintura, esperando a que el auto se perdiera de nuestra vista y finalmente, volvió a sentarse junto a mí. No dijimos otra palabra y la rubia comenzó a desenvolver el regalo. Cuando logró quitar el papel, una carta cayó al suelo. La levantó con una sonrisa y lanzó una mirada divertida.

— ¿Y esto? — toda su atención se centró en la carta y ni siquiera miró el regalo. Su curiosidad siempre podía más.

— ¿Qué te parece que es?

— No puede ser, oh por lucifer — dice con emoción sarcástica— ¿es acaso una carta de un admirador secreto para mí?

— Sí, me envió a entregártela personalmente. Dijo que me llevara el regalo si la botabas — soltó una carcajada y desdobló la hoja.

— ¿Debo leerla en voz alta? O tú no puedes saber lo que dice.

— Da igual, ya le di unas veinte leídas antes de traerla.

Asintió y aclaró la garganta exageradamente, lo cual le hizo reír.

Para Lucía

Supongo que has estado deseando no verme más por un tiempo, ni saber de mi. Y lo entiendo. Pero si lees esta carta entenderás un poco más a fondo lo que siento, y me darás al menos la posibilidad de explicarte mi punto de vista y todo lo que pienso sobre nosotros, porque lo que he aprendido de todo esto me servirá para ser mejor en un futuro.
Después de tantas noches sin dormir y darle vueltas a todo esto, he llegado a la conclusión de que no hay manera en la que yo me pueda sentir tranquilo sabiendo que estás a tantas horas de mí diariamente, y cuando me di cuenta ya era demasiado tarde. He estado viviendo con ese dolor insoportable que me corroe las entrañas cada vez que siento que no he sabido devolverte lo que tú me diste. Cada sonrisa, cada estrella que me regalaste esa noche aunque no nos pertenezcan.
Pero todo ese dolor no es ni comparable al terror que asalta mi corazón cuando pienso que quizás no haya vuelta atrás. Porque vivir sin ti, es la peor de la condena a la que pude sentenciarme.
Creo que no hay palabras que logren llenar el vacío que he dejado en tu corazón por mi mala actitud, y sólo espero que algún día entiendas que esta carta que ahora escribo para pedirte perdón contiene únicamente las palabras que brotan de mi corazón. Y que cada una de mis disculpas nace del dolor de saber que te he perdido, y la sinceridad para volver a recuperarte. Me haces tanta falta que sobro dentro de mí.

P.D: Sé que adoras las metáforas, y el regalo que te traje es una. Espero la comprendas cuando le eches un vistazo a su interior.

Por siempre tu amor extraordinario y tu amante ambivalente, Simón.

Lu bajó lentamente la hoja. Con la mirada perdida y procesando cada palabra que sus ojos habían leído. Tenía miedo, mis manos sudaban de tan sólo pensar en que reaccionaría mal. En cuanto sale de su trance, toma el libro entre sus manos y le echa un vistazo a la portada, que en realidad tenía un cartón con la imagen de su actor favorito y y una chica ligeramente parecida a ella.

— A dos metros de ti.

— Sí. Salió hace unos meses junto con la película y pensé que sería un buen obsequio para ti. Te va a gustar porque es tu género favorito.

— ¿Y cuál es la metáfora?

— El libro lo es — me observó algo confundida. Ya lo entendería cuando comenzara a leerlo.

— Creo que, ya es todo lo que tenía por decirte — estuve a punto de levantarme pero la chica me detuvo de la mano. El roce de nuestra piel abrió paso a que un escalofrío recorriera desde mi nuca hasta el final de mi espalda.

Lucía rompió la distancia que había entre nuestros rostros y se lanzó con desespero a mis labios. Nuestras bocas se entendieron tan bien como la primera vez. Aquel beso decía más que mil palabras.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora