—No, no —niego convencida—. Estaba de verdad, me acarició el pelo, olí su perfume...—intento explicarle.
—Juls, hoy es el aniversario de su muerte—alega— llevas toda la noche sin dormir, estás agotada—coloca un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y deposita un beso en mi mejilla con delicadeza.—Vamos, que llegaremos tarde—me coge la mano y me guía hacia el coche.
En el vehículo se encuentra mi hermano de copiloto y Antonio conduciendo, Isabel estaba ocupada en el trabajo y nos aseguró que nos esperaría en la iglesia. Nos sentamos en los asientos traseros y arrancamos para la misa. Clavo las uñas contra mis piernas, siento los nervios en la boca del estómago. Desde hace unos meses que las tomo, esas y las que me duermen, para que descanse por las noches. Anoche me negué a tomármela, no podía, necesitaba estar en mis cinco sentidos el día de hoy.
—¿Por qué se mueven los árboles?—escucho a mi hermano comentar entre risas.
En el coche se establece un silencio ensordecedor, nadie le dice nada, nadie es capaz de mandarlo callar. Al fin y al cabo, es mi culpa que esté así, hace un mes que salió de desintoxicación, aunque volvió a la marihuana. Mientras no sean drogas más duras todo está bien. Hay dolores que no se pueden sobrellevar sobrios. Todo esto lo provoqué yo, lo empujé a ese mundo, con mis reproches y discusiones, incluso con las noches que se pasaba en vela para que yo durmiese bien. Su mente no pudo más y buscó una vía de escape.
Observo las calles dejándonos atrás, el sol se esconde entre las nubes, no le he permitido asistir un día como hoy. En cambio, las nubes reinan en un cielo que refleja claramente cómo me siento, a punto de estallar, a punto de llover tan fuerte que caerán rayos y sonarán truenos.
Un toquecito en la mano me advierte que ya hemos llegado, me coloco las gafas de sol para taparme el rostro y mostrar una indiferencia que no siento, una tranquilidad auxiliada por drogas de farmacia que no me he tomado. Salgo del coche, con toda la voluntad que me queda, tentada a volver corriendo a mi casa. No me permito expulsar una sola lágrima en la misa de hoy. Tal y como se preveía, una multitud se encuentra en la puerta de la iglesia, esperando a que la misa comience, en treinta minutos. Mis padres eran muy queridos en la ciudad, incluso algunos de mis tíos han venido desde el extranjero para la celebración. Se acercan a nosotros para abrazarnos, consigo mantenerme firme y tampoco es que haga contacto visual o hable con ninguno de mi familia, mientras que mi hermano abraza a todos y parlotea con la mayoría sobre banalidades de la vida.
Entro en el pequeño edificio acompañada de mi mejor amiga, usada como bastón para que no me caiga, ni literal ni metafóricamente. Ambas permanecemos en silencio. Nos acercamos hasta los primeros bancos que se encuentran frente al altar, poco a poco la multitud de personas se va acomodando a lo largo de los bancos disponibles, entre ellos Antonio y mi hermano.
De pronto, siento una mano sobre mi hombro que me toca con delicadeza. Al girarme un poco, observo el rostro de Isabel sonriéndome con dolor. No dice nada, ninguna lo hace, solo nos sonreímos con tristeza. Me quito las gafas en cuanto entra el sacerdote y bajo la cabeza durante toda la misa.
Dos horas después, cansada y harta, salgo de mi sitio volviendo a colocarme las gafas. Muchos desconocidos se acercan a mí para darme el pésame y mostrar la pena que sienten por mí y mi hermano. Los ignoro a todos.
—Oh—escucho una exclamación exagerada proveniente de un comité de señoras viejas aburridas y cotillas—. Tú eres la hija de Sara y Lucas, pobre criatura—se lamenta una de ellas, la que parece la portavoz—¿Qué tal todo?—pregunta con falsa preocupación.
—Bien, gracias—finiquito el tema de conversación intentando librarme de ellas, Marta se ha tenido que ir pitando al final de la misa ya que estaba su novio en la puerta de la iglesia para irse a no sé dónde, no le reprocho nada, está día y noche conmigo.
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Hiraeth
Teen FictionJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...
Capítulo 4
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