Capítulo XVII: La Estrella de los Tejados.

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―¿Dolores? ―Habló cuando abrió la puerta y vio la chica tras la puerta.

―He venido a ayudarte con lo que sea que necesites ―explicó ella, cortando la llamada y viendo a Félix de arriba para abajo―. Pel que veig, nerviós o tímid no estàs.

―Acabo de ducharme y no esperaba visita alguna. Pensé que era el casero ―explicó, cubriéndose un poco con la pared―. Además, ¿cómo supiste dónde vivía?

―El documento que llenaste en su día. Y soy la secretaria de Blake. No hace falta ser matemático para hacer las cuentas.

Tens raó ―dijo al fin en Catalán, logrando que ella sonriera.

Los dos sonrieron. A pesar de lo que cualquier persona que pasase por el pasillo pudiera pensar, Dolores no estaba incomoda, estaba lejos de estarlo. Ver al músico en físico desnudo le hacía saber qué tan real podía llegar a ser. En aquellas zonas que no cubría, Dolores notaba más y más tatuajes de los que escondía tras la ropa. Una partitura se encontraba en el musculo de su brazo izquierdo, mientras que en el lado derecho, un poco más abajo del hombro, tenía una constelación cubierta por un mar de estrellas blancas y negras.

Félix notó el recorrido que hacía la chica y este hizo lo mismo. Pasó la mirada sobre la cabellera castaña recogida en una coleta baja, repasando los mechones que caían no más allá de sus hombros. La figura que Dolores tenía era similar a la venus del tatuaje de Félix, o al menos eso era lo que recordaba él en las últimas noches que ha pensado en ella. Una mano le servía de referente bajo la luz de la noche, mientras que con la otra mano caminaba por su cuerpo para darse placer al pensar en la castaña.

Una vez más, sin saber de dónde tuvieron aquel sentimiento, los dos se acercaron para darse un beso. Chocaron sus labios, restregando piel con piel, y cerraron la puerta con un empujón que dio Dolores. Se recostaron en la pared más cercana, continuando con el beso que les quitaba el aliento y les encendía la llama de la sexualidad. Félix retiró la chupa de cuero de Dolores y ella besó el cuello de Félix retirando su cabello.

Se acostaron con fuerza en el sofá, Félix estaba arriba de ella respirando sobre sus brillosos labios. La chica comenzó a desabotonar la camiseta ajustada, revelando un sostén color negro con la tela transparente que dejaba a Félix ver que tenía perforados los pezones. A punto de querer bajarse la falda, Félix se detuvo en busca de un preservativo que tenía en su cartera sobre la mesa del comedor. Colocándose una vez más encima de ella, Dolores habló a poco de retirar por completo su falda.

―¿No tenías que ir a la universidad dentro de nada?

No et preocupis ―respondió agitado―. Hay tiempo para todo, y mi tiempo ahora mismo es sentirte y que me sientas.

Finalizada la pequeña interrupción, Dolores jaloneó su falda arrojándola al piso, mientras Félix se bajaba su ropa interior y procedía a colocar su preservativo. Así empezó su juego. Bajo los gemidos, el calor y el sudor entre la unión de sus cuerpos, Félix y Dolores sentían que esto era lo único que estaba bien. Hace mucho no se sentían de esta forma; la manera en la que el estómago de Dolores se revolvía cada vez que sentía más adentro a Félix, mientras este devoraba con deseo el cuello de la chica, marcándolo con elegancia, y a la par que jugaba con las perforaciones en los pezones de ella.

El ruido se hizo intenso y los gritos mucho más. El forcejeó por ver quién acababa antes se convirtió en un sufrimiento placentero que duró alrededor de diez minutos, junto con otros cinco que tomaron para descansar en los brazos del otro. Luego se ducharon juntos, no tardando más de diez minutos. Al final tenían cinco minutos para salir disparados a la universidad en la motocicleta del músico.

Southern Souls. (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora