—¿Desde cuándo te importan tanto esas cosas? —entrecierra los ojos hacia mí—. Solo estás poniendo pegas. Vuelves a la negatividad y no pienso permitirmlo. Aguanta un poco más, colega.

—Un poco más…

Lo único que ansío con toda mi alma en estos momentos, es que mi hermana no esté realmente enamorada de Oliver.

***

Me adentro en el maravilloso mundo de Netfix y busco la serie Casa de Naipes. Neil y Fabiola nos la recomendaron, así que comenzaremos a verla.

—¡La he encontrado! —anuncio poniéndome cómoda en el sofá.

—¡No la empieces sin mí! —profiere desde la cocina—. Aquí tienes —aparece frente a mí con un enorme recipiente—. Helado de vainilla con galletas de chocolate, nutella y menta. ¿Desde cuándo te gusta mezclar el manjar de los dioses?

Me encojo de hombros mientras tomo mi adicción favorita con una mano y el control remoto con la otra.

—Quiero explorar nuevos horizontes —pronuncio comenzando a reproducir la serie—. ¡Joder! —jadeo al probar la primera cucharada—. Esto es la gloria.

—Lo mismo digo —ratifica, devorándome con su grises ojos.

—¿Por qué tengo la sensación de que no hablas sobre el helado? —enarco una ceja hacia él y vuelvo a gemir engullendo otra cucharada.

—¡La madre que te parió! —vocea sobresaltado—. ¡Lo estás haciendo a propósito!

—No sé de qué me hablas —volteo la cabeza hacia el frente y finjo prestar atención hacia la pantalla. Esto es tan divertido…

—¡Y encima se hace la inocente! Eres un pequeño demonio, Melysa Rose Maxwell.

—Pensé que era una princesa —continúo burlándome.

En cuestión de segundos, el helado escapa de mis manos y me encuentro acorralada bajo su cuerpo.

—Sí, eres una princesa; la princesa del infierno —atrapa mis labios, los estira, los muerde y luego los deja ir—. Estoy ardiendo, colega.

—Oliver, no podemos… —apenas puedo controlar la voz.

—Nos vamos a divorciar y cuando regrese de los Emiratos Árabes me mudaré al nuevo departamento —expone lo que ya sé—. ¿Qué más quieres de mí?

—Aún no sabe de lo nuestro —protesto—. No podemos hacerle esto a Kate, Oliver.

—Quedamos en que hablaríamos los tres cuando regrese del viaje —me interrumpe. Luce desesperado—. No he podido retrasarlo; lo sabes.

—Lo sé —reafirmo.

—¿Entonces? Soy un hombre libre, Lysa. Mi matrimonio con Kate ahora es solo un trozo de papel. Estoy muriendo lentamente cada vez que me impides tocarte. A este paso sufriré de una tendonitis crónica de tanto utilizar la mano.

—¡Oliver! —chillo ante su declaración.

—¿Qué? No estoy hecho de piedra. ¿Qué hay de ti?

El Precio del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora