Los secretos de Grimmauld Place - El diario de Walburga

506 76 9
                                    

La noche se cernía sobre Londres. Ni siquiera la Luna o alguna estrella podía divisarse desde la ventana donde Harry miraba hacia el exterior. Solo el negro y extenso manto de la noche. Ron dormía a pierna suelta. Pero él no podía. No había podido hacerlo desde que llegó aquí hacia una semana. Esta vieja y corcomida casa le daba raras sensaciones. No sentía repulsión por la casa, ni por las paredes oscuras, ni por las pinturas, ni por los artefactos, ni por el viejo elfo doméstico llamado Kreacher, quien de alguna forma había sido amigable con él, y en susurros le decía “te pareces tanto al maestro Regulus”. No sabía quién era Regulus, y no había preguntado. Aquella casa, le resultaba fascinante. Le hubiera gustado recorrerla, explorarla, conocerla a fondo, pero la señora Weasley, no los dejaba ni respirar. Había oído a Sirius hablar de una biblioteca llena de viejos libros de magia oscura, y aquello activó en el su gen gryffindor.

Esta noche, no se quedaría allí para ver el amanecer, se puso la capa y con ayuda de su varita y su sigilio recorrería Grimmauld Place y encontraría la biblioteca. Tras asegurarse de que todos se habían retirado, salió de la habitación que compartía con Ron. Ya eran pasadas las doce de la noche.

El primer piso estaba prohibido, no quería despertar a la desagradable madre de Sirius y arriesgarse a ser descubierto. Así que decidió empezar por la última planta. Según sabía nadie dormía allí. En algunos puntos, la madera de las escaleras, chirrió bajo su peso, pero nada que hiciera mucho ruido. A medida que hizo su camino, oyó ronquidos, a los gemelos haciendo experimentos, y a Remus hablar con alguien. No se interesó mucho en nada de eso, tenía un objetivo.

Cuando estaba a unos escalones del último piso, enredó sus pies con la capa y casi se cae de las escaleras. Pero afortunadamente, pudo agarrarse rápidamente.

El cuarto piso estaba desierto, no se sentía ni una mosca, estaba tremendamente oscuro. Las paredes estaban llenas de pinturas antiguas, y algunos retratos que al parecer habían perdido su magia. Pudo leer sus nombres en la placa de oro que descansaba bajo los retratos. Nombres tan interesantes como el de Sirius, o el del tal Regulus. Alya. Rigel. Alexia. Elladora. Aries. Princeps. Y otros más. Mientras leía los nombres en las placas, deseó tener también un nombre interesante. No ser simplemente Harry, era para su gusto un nombre demasiado común, y deseó también, que su apellido no fuera Potter, sino Black. Se lo imaginó por un segundo: Princeps Black, Aries Black, Eduardus Black o Leo Black. Si tuviera cualquiera de esos nombres, podría ser él, tener personalidad, no ser Harry Potter, el niño que vivió, el héroe. Preferiría haber sido criado en esta casa en ruinas que en Privet Drive, en ocasiones Walburga Black parecía mejor que su tía Petunia. Desde pequeño había aprendido a observar a las personas, a interpretarlas, a escuchar, y no pudo evitar notar como los ojos de la mujer en el retrato brillaban cada vez que miraba a Sirius, si es que los ojos de una pintura pudieran brillar.

Miró las puertas a lo largo del pasillo, imaginó que la puerta de la biblioteca sería grande con inscripciones o dibujos tallados, de doble hoja y un pomo dorado, aunque debía estar gastado. Y así fue. Estaba en medio del pasillo. Un grim se alzaba en medio cerca de un árbol que cubría toda la puerta, y debajo, casi invisible, tapado por el polvo y la suciedad estaba el lema de la familia Toujours Pour.

Pensó que estaría cerrada, con hechizos oscuros y tenebrosos para evitar la entrada de intrusos como él. Pero poco él sabía que la biblioteca tenía un solo hechizo para evitar a los intrusos. Era inmensa, estanterías repletas de libros de todos los tamaños, una chimenea a uno de los lados, y sillones acolchados. En el medio de la habitación, un pedestal sobre el que flotaba un libro lleno de cadenas. Parecía sobrenatural. El polvo no había llegado a la habitación. En la parte opuesta a la chimenea, detrás de las estanterías, un tapiz que cubría la pared completa. Apenas entró a la habitación, la puerta detrás de él se cerró, y la chimenea y las lámparas se encendieron.

Los secretos de Grimmauld Place - El diario de WalburgaWhere stories live. Discover now