Uno llega otro se va.

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10.




No recuerdo cuantas veces golpeé la puerta de Phillip al día siguiente, él no tenía intenciones de abrir y solo gritaba que quería estar solo y que estaba bien, no habia desayunado siquiera, le preparé un sándwich y con un vaso de néctar lo dejé bajo su puerta.

—Phillip, no sé lo que pasa contigo pero al menos come algo.

Él no respondió, no salió no hizo nada. Así que lo hice yo, molesta salí al patio trasero y vi que su ventana estaba abierta con las cortinas cerradas, torpemente subí y cuando al fin llegué me dejé caer en su piso amando tocar algo estable.

—Por un... Adalia, ¿qué crees que haces? —preguntó exaltado.

Me cubrí los ojos enseguida para evitar alguna terrible y traumática escena, —no veo nada, si estabas haciendo cosas malas es momento de que no las hagas.

—¿Qué dices? —bufó.

Quité uno por uno los dedos de mis ojos y me sorprendió ver su estado, estaba demasiado bien para variar, se había duchado y su habitación estaba completamente ordenada, en su computador había unas caricaturas que debió haber estado viendo.

—Bueno, no abrías —me encogí de hombros y salí para tomar el sándwich y el jugo qué había dejado antes— toma, lo hice a escondidas de mamá. Aprecialo.

—Gracias, Holmes.

Él solía decirme así por que hacía muchas preguntas como seguro habrás notado, por las conspiraciones más terroríficas y por meter las narices donde no debo.

—Pero en serio, ¿por qué te has encerrado?

—No me sentía nada bien con todo lo de mamá.

—Ah. —Me senté en su silla y lo miré comer, había algo más sin duda.

—¿Ahora qué, Holmes?

—¿Qué? No he dicho nada —me encogí de hombros.

—Conozco cuando pones tu cara de pescado —enarcó una ceja— habla.

—No tengo nada que decir, —empecé a girar.

—Sí, lo que tu digas.

Odié que me conociera hasta ese punto, pero que podía esperar era mi hermano mayor.

—¿Por qué le mentiste a mamá? —pregunté sin dejar de girar.

—Ya ves, siempre tienes algo que preguntar, Holmes —respondió dejando el plato y vaso sobre su escritorio— no me pareció apropiado después de lo que ella pasó, solo la hubiera puesto aun más nerviosa que no estuviera contigo y luego preguntaría que donde estaba y una cosa llevaría a la otra.

—Tiene sentido.

—Claro que lo tiene.

—Ajá.

—¿Qué?

—Yo no dije nada.

—Ada...

—¿Sólo fue por eso?

—Te detesto, Holmes —se recostó en su cama y como suponía, sí había más— no sé, pasa algo raro.

—¿En serio? No me digas —empecé a girar de nuevo.

Cómplice. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora