Al amanecer, Chris salió del cuarto de Juliette, y de puntillas atravesó la escalera que daba hasta la planta inferior de la casa, donde le habían ordenado pasar la noche. Sin embargo, fue descubierto, porque, al Sr. Rhys le gustaba madrugar, y a esas horas ya estaba sentado en el sillón de la sala, leyendo el periódico mientras se tomaba una taza de café negro sin azúcar, del mismo modo en que se lo había tomado durante sus años en el ejército; que pasó en Vietnam, antes de retomar la carrera universitaria y convertirse en un odontólogo matriculado.

—Buenos días —le dijo, y Chris tragó en seco.

La había cagado, ¡en grande!, con su suegro.

—Yo estaba... No es lo que usted... —se justificó.

—Para ya con las bobadas, ¿quieres? —contestó el Sr. Rhys—. No siempre fui así de viejo y sé perfectamente cómo, y con qué, piensan los tipos como tú, porque yo también era así, hasta que conocí a Margaret... Sé que se puede cambiar y creo en eso de dar una oportunidad, pero si voy a hacerlo, si voy a apostar por ti, muchacho, necesito saber que vas en serio con mi hija, y que ella no es otro agujero en tu cinturón.

—¡No lo es! Se lo aseguro —manifestó Chris—. Estoy enamorado de su hija. Yo le quiero y no para un ratito, sino para toda una vida.

El Sr. Rhys sonrió.

—De acuerdo. Pretenderé que no he visto nada, pero...—este le amenazó—... Si vuelvo a cacharte merodeando por el segundo piso de mi casa, tomaré el rifle que tengo colgado en la pared y te volaré el pito. ¿Entendido?

—Sí, señor.

*

    —Tienes razón, lo mejor es que tu padre aún no sepa que te vendrás a vivir conmigo —dijo a Juliette, horas más tarde, durante el despliegue de fuegos artificiales.

—¿Estás seguro?

—¡Oh, sí! Muy seguro —respondió. La imagen de aquel rifle y la posibilidad de que su pene quedase hecho pedazos aún le atormentaba.

Ella se reclinó contra su pecho, y él le abrazo.

Contemplaron los colores en el cielo. Azul, blanco, rojo... Al fondo, la estatua de la libertad se mostraba regía, y a su izquierda, estaban aquellos monstruosos rascacielos.

—Me encanta Nueva York —expresó Chris.

—¿Te imaginas viviendo aquí?

—Sí... Creo que puedo imaginarme viviendo en cualquier lugar, contigo.

***

   Su último día en la ciudad, antes de tomar el vuelo que les llevaría de vuelta a San Francisco, Chris y Juliette se levantaron a las 5:00 am, y juntos, recorrieron algunos de los lugares más emblemáticos de Nueva York. Aunque fue un tour exprés y de muy bajo presupuesto, se divirtieron. Chris era un bufón por naturaleza y no temía encaramarse sobre muros, danzar en plena calle o gritar a toda voz, lo muy enamorado que estaba de su chica.

—Mira el cómo nos miran todos. ¡Basta ya! Compórtate, joder —le recriminaba, mientras él se mofaba. Su espíritu era el de un niño travieso, y a su lado, las cosas, la vida... todo se concebía más simple.

—¿Qué importa lo que piensen los demás? Deja de preocuparte y baila conmigo. —Le tomó de las manos, y ella acabó cediendo. Rio y danzó—. ¿Lo ves? Esto, el aquí y el ahora, es todo lo que cuenta —le dijo Chris, y Juliette supo que aquel momento de felicidad permanecería en su memoria por el resto de su vida. Le pasó los dedos por encima de la barba, luego, le dio un beso. No se percataron, porque se encontraban inmersos en sus caricias, pero estaban siendo mostrados a través de las gigantescas pantallas que había por todo el lugar, colgadas sobre los edificios de Times Square.

Al regresar a la propiedad de los Rhys, prepararon sus maletas con premura, puesto que el vuelo salía a las 2 pm, y mientras esperaban a que estuviese listo el almuerzo, Chris se distrajo viendo algunas de las viejas fotografías que Margaret (la Sra. Rhys) le había facilitado.

—¿Dónde sacaste eso? —Juliette trató de arrancarle el álbum de fotos y fracasó; Chris era un hombre muy grande (1.90 m), y, tratar de luchar contra él, era como enfrentar a un puma siendo una ardillita.

—¡Calma fiera! Me lo dio tu madre.

—No, no... Por favor, no quiero que lo veas.

—¡Oh, vamos! ¿No puede ser tan malo?

Sí, lo era. Aquel álbum revelaba los peores períodos en la vida de Juliette. Desde su obesidad infantil hasta ese agudo acné que tuvo en la adolescencia y que le cubría prácticamente toda la cara, así como sus dientes que antes eran chuecos y ese terrible flequillo que usó durante su último año de preparatoria.

—Luces horrenda en estas fotos —expresó con honestidad—, pero eras, sin lugar a dudas, la monstruosidad más adorable que yo jamás haya visto.

Juliette le dio un golpe en el hombro.

—¡No es justo! —se quejó—, quiero ver fotos tuyas.

—Le pediré a Ma que me preste algunas, pero debo advertirte que siempre he sido muy, pero muy, ardiente.

—Jódete. —Intentó apartarse, y él le retuvo con cosquillas. Se retorció sobre el sillón mientras reía. Luego, Chris le dio un beso sobre la frente. Cerrando los ojos para así poder sentir y recordar todo. Estaba muy melancólico y no reconocía el motivo; casi como si estuviese recibiendo una advertencia, de que debía aprovechar esa calma, porque una poderosa tormenta estaba a punto de llegar.


Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora