–Quedamos en que os acompañaría.

–No entremos en ese dudoso trato. El caso es que si quieres ir, debes aceptar mis condiciones.

¿Acaso esta es su última estrategia para hacerme cambiar de opinión? Que estúpido por su parte. Porque no pienso deja que me convenza. Iré, cueste lo que me cueste.

Inspiro profundamente, intentando relajarme.

–¿Por qué es necesario que yo lleve esa ridiculez?

–Para desempeñar tu papel, ya te lo dije en otra ocasión,– Me acuerdo de cuando paramos en aquella isla, de los grilletes que me puso para bajar del barco, como si fuera una esclava. Me dijo exactamente lo mismo aquel día.– no vas a pasar como tripulante de mi tripulación, de ninguna de las maneras. Si quieres continuar adelante, es de esta manera, como... chica de compañía,– Como prostituta, vaya– sino, quédate.

–Preferiría unos grilletes.

Se ríe suavemente, una risa grave.

–No va a poder ser en esta ocasión.

Me paso la lengua por los labios, pensando. Y le arrebato la prenda de la mano.

–Está bien.

Le dedico una expresión poco agradable, con ganas de sacar los dientes, y me marcho a cambiarme. Manda narices que tenga que hacerme pasar por su puta. Como odio que nadie me tome en serio nunca.

Cuando vuelvo en esa monstruosidad, siéndome como un pez fuera del agua, atrayendo las miradas de reojo y con mi cara combinando con el color del vestido, siento que hoy no va a ser un buen día. Al menos hace calor y no voy a pasar frío.

En cuanto Henry me ve caminando, suelta un silbido. Me entran ganas de gruñirle, muchas, no sé como soy capaz de controlarme.

–Preciosa. Deberías vestir así más a menudo.

Me trago el comentario mordaz que mi rabia me grita y me suplica que le diga. Será mejor no calentar lo ánimos, no tengo ni idea de cómo se va a desarrollar el día de hoy, quizá me convenga tenerlo de buen humor.

–¿Consideras que mi aspecto ya es suficientemente absurdo?

Se lleva una mano al mentón y me repasa con la mirada.

–Bueno, siempre podría ponerte un lazo.

No puedo contener un gesto vulgar ante el que se ríe.

Ya estamos llegando al puerto.

Tardamos poco en llegar.

–Deberías dejar aquí el mapa y tus instrumentos, estaría bien evitar... cualquier incidente.

Entiendo a lo que se refiere. Casi pierdo la vida a manos de Barbanegra porque no guardé bien mis utensilios. El recuerdo hace que me sea difícil tragar saliva. El miedo, el terror que me invadió... Y él...

–Tienes razón.– le digo, sacándome la bolsa de los hombros.

Alza las cejas, gratamente sorprendido, y esboza una gran sonrisa.

–Vaya, eso sí que es nuevo.

–Por una vez. No te acostumbres.

–No te preocupes, no espero que se vuelva a repetir.– Su sonrisa pasa a una más socarrona.

Lo cierto es que no solemos coincidir en nada, pero en esta ocasión creo que ha dicho algo con sentido. Normalmente se limita a rechazar o cuestionar cualquier cosa que propongo, así que por lo general terminamos en discusión. Está bien cambiar de vez en cuando.

Nuevo rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora