CAPITULO VEINTICUATRO ALEA IACTA EST.

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Nore no tenía palabras y aunque las hubiera tenido no habría podido decirlas porque lo único que deseaba era abrazar a su madre, pero ni siquiera eso se atrevía a pedir; entonces Geenebra viendo los ojos de su hijo, viendo la pena que su error le causaba lo estrechó con infinito amor como cuando era un niño y ambos corrían a los brazos del otro después de no verse durante todo el día, lapso de tiempo que para una madre y un hijo significa una eternidad.

—Lo siento mucho... —Dijo apenas audible en medio de su llanto.

—Estábamos confundidos, no sabíamos cómo expresarnos ni como acercarnos. —Concedió Geenebra mientras se perdía en el tacto del cabello de su hijo y en el aroma que emanaba, ese aroma único que en apariencia pierden los niños al crecer pero que las madres pueden percibir durante toda su vida.

Nore y Geenebra iban de regreso en busca de Deeline, con sus lazos reestablecidos y ambos acordando tener fe en que conseguirían la victoria para no volver a separarse de nuevo.

—¿Crees que Dee nos pueda decir algo que nos ayude? —Preguntó Geenebra a su hijo.

—No lo creo, ella ahora mismo es una tumba, habla mucho con su "padre y hermanos" pero al parecer ellos le aconsejaron no decir una sola palabra sobre Fenri o el futuro, es como una especie de voto de silencio al respecto.

Madre e hijo continuaban hablando acerca de aquella comunión de Deeline con sus antepasados cuando Adrien salió a su paso inesperadamente.

—¡No puedes hacerlo! ¡Ellos no te pueden obligar! —Exclamó con apresurado el vampiro.

—Nadie la está obligando, chico listo, ¿o en serio crees que alguien la puede obligar a hacer algo?

Geenebra reprimió una sonrisa que en serio deseaba liberar por tener ahora la comprensión y el apoyo de su hijo, pero no lo hizo porque sabía que Adrien estaba sufriendo.

—¡Tu más que cualquiera debería de estar de mi lado, ella es tu madre! —Gritó desesperado, Nore en cambio suspiró endureciendo el semblante y arqueando una ceja que hacia juego con el rictus en su boca.

—Tu, —Dijo apuntando con el dedo índice al rostro de Adrien sin miedo alguno a cualquier replica. —no vuelvas a alzarme la voz en lo que te resta de vida o pondré un cartucho mata-vampiros dentro de tu ojo izquierdo. Y tú, —Dijo ahora dirigiéndose a su madre. —consuela a tu histérico novio. —Así Nore siguió su camino dejándolos atrás, no sin antes dirigirle unas últimas palabras a Adrien. —Heey principito, si estoy de tu lado, pero también tengo fe en que volverá con la cabeza de ese animal en la mano... tú también ten fe en tu diosa.

Diciendo esto el joven humano se perdió entre los pasillos solitarios de aquel enorme edificio, dejando a solas a Geenebra y Adrien.

—Él tiene razón. —Concedió Geenebra a su hijo.

—¡No estoy histérico! —Reclamó Adrien ofendido y cruzando los brazos sobre su pecho para demostrarlo.

—No me refería a eso... aunque si lo estas. Me refería a que debes tener fe en mí, la fe que a mí misma me cuesta tener, debes recordar que esto también lo hago por ti.

—No quiero que hagas nada por mí... yo moriría por ti. —Dijo acercándose a Geenebra y tomando su rostro entre sus manos, acercando su boca a la de ella.

—¿Y porque querría eso?

Diciendo esto ambos se entregaron en un profundo beso que fue interrumpido por Aleenah justo cuando estaban a punto de abrir la puerta más próxima en busca de privacidad.

—Qué asco, que me traque la tierra y me escupa en el infierno... mi hija y mi padre se están besuqueando. Juro que esperaba que esto fuera solo una etapa, pero ya veo que seguirán como animales en celo por el resto de la eternidad.

En los tiempos de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora