29: Todos tenemos un amor adolescente del que no podemos olvidarnos

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    —Entonces dame una oportunidad, de salir contigo y ser tu novio realmente.

    —Yo no quiero eso.

    —¿Por qué no?— me quedo callada —Sam... ¿Es porque soy repartidor?

    —No...

    «Sí». Es porque a sus veinticuatro años su trabajo más serio ha sido como repartidor en bicicleta, porque no tiene metas ni aspiraciones de nada, no se ha graduado de la universidad y no lo piensa hacerlo y porque no hace nada más que perder el tiempo y hacerme perder el tiempo a mí también. Y sobre todo porque Christian sería el perfecto prototipo de novio meloso e inmaduro que yo odiaría tener.

    —Tenemos sexo, eso es todo. Por eso no quiero hacer más grande esto, será mejor dejarlo hasta aquí.

    —Si me dieras una oportunidad...

    —Pero es que yo no quiero, no quiero un novio en este momento de mi vida— lo cual no es una mentira ni una escusa, es una razón, la razón principal a decir verdad.

    —¿Y no pudiste habérmelo dicho antes?— me reclama como si hubiera algo qué reclamarme.

    —Yo no tengo nada que explicarte a ti, mírate, eres tú quien ser creó sólo un castillo en el aire.

    —¡¿Eso es todo lo que tienes que decirme?!— su voz cambió.

    —Ya te lo dije, no te debo explicaciones, ni a ti ni a nadie.

    «A nadie».

    No tiene palabras para responder nada. Creo que sus hombros se encorvaron más.

    —Bien, como quieras. Adiós, Sam.

    Está enojado, recoge su bicicleta y la monta yéndose. Bien, ya era hora que esto terminara. Y tengo que decirlo, de lo único que me arrepiento es que tuve que pasar por todo esto justo frente al lugar en donde tengo que ser más profesional y justo frente a Nick, debí haber hecho esto hace mucho tiempo. Christian estará bien, conocerá a alguna chica nueva en una semana y cogerá con ella, se olvidará de mí y problema resuelto.

    Bien, esto arruinó mi humor del día completamente, esto amerita vino tinto. Al llegar a casa me quito casi todo lo que traigo puesto, estos pantalones de tiro alto creo que me están apretando, sólo me quedo con mi camisa blanca y mi ropa interior.

    Reviso la refrigeradora y a la única botella abierta que tengo en este momento sólo le falta el fondo para terminarla. «¿Para qué ensuciar una copa?». Tomo directamente de la botella mientras voy al sofá.

    Acabo de acostarme cuando el tono del celular me priva de mi relajación.

    —¡Carajo, me acabo de acostar!

    Corro por mi bolso antes que la llamada se corte, no es que quiera contestar pero puede ser algo importante. Es Valery.

    —¿Si?

    —¿Quieres ira almorzar mañana?

    «No».

    —Depende...

    —Por favor, hermana, mamá, tú y yo, sería como una despedida de soltera, tú puedes escoger el restaurante, pero que sea uno bonito.

    —Ya tuviste una despedida de soltera y ni siquiera sé si se pueda llamarla despedida de soltera si no hay un musculoso restregándote el pene en la cara.

    —¡Sam!— me regaña, ruedo los ojos. De vez en cuando es demasiada mojigata.

    —¿Para qué quieres ir a almorzar?

Lo bueno de NO enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora