No lo tenía la última vez que nos vimos.

Pero… ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Era real?

—Al parecer quién se llevó la sorpresa fui yo —digo sin dejar de ver el anillo, notando como mi voz sale más ronca de lo usual.

Me aclaro la garganta y subo la mirada a sus ojos. Liv mantenía una sonrisa algo tensa, aunque su cuerpo estaba relajado.

—La que se casó primero no fui yo —suelta con naturalidad.

Sus palabras se clavan dentro de mí como cuchillas, sintiendo el momento exacto en el que todo rastro de buen humor de mi parte, se va.

—Error con el que vivo —digo mordaz, siendo más seca de lo que me gustaría.

—Tu y yo sabemos que eso nunca será un error —menciona afable al acomodar un mechón de su cabello.

—Era una niña y no fui objetiva —digo más para mí misma que para ella, saboreando lo amargo de la oración.

—Tuvimos terapia sobre esto, y te dije que los sentimientos no se controlan —comenta con un ese tono de profesionalismo que le recordaba, mientras manteníamos una distancia razonable entre nosotras.

—Pero las elecciones sí —sentencio.

—¿De qué quieres hablar? —inquiere cambiando de tema, lo cual agradezco —. Estoy segura de que está no es una visita social y, aunque lo fuera sería inevitable no tener esta charla —gesticula con tranquilidad al pasar a mi lado y sentarse en un sofá individual color naranja.

Ben odiaba ese color.

Tomo asiento enfrente suyo al sentarme en un sofá parecido, pero de color azul. Cruzo mis piernas manteniendo una postura correcta.

—¿En serio? ¿Retrocederemos? —inquiere cantarina, y entiendo de inmediato a lo que se refiere.

En mis primeras sesiones solía sentarme muy rígida y autoría, no me relajaba y pensaba que estar en terapia era una total perdida de tiempo. Pero el hablar con Liv fue lo que me salvó.

Me recuesto del respaldar sintiendo un leve dolor en mi espalda que a los pocos segundos desaparece, proporcionándome una sensación de comodidad.

—Esta mejor.

Pasan tres eternos segundos en dónde solo podemos vernos a los ojos. Tres segundos que son suficientes para entender dos cosas: Liv es feliz y no debo arruinar eso.

Suelto un suspiro echando la cabeza hacía atrás, dejándola caer en el respaldo para cerrar los ojos un instante.

—Empecemos con algo sencillo… ¿Estás comiendo bien? —inquiere en un tono neutral y suave, dejando salir su lado de psicóloga.

—En Long Beach me costaba mucho acordarme, y al estar tan ocupada no me daba hambre hasta que mi cuerpo lo exigía, además del cambio de horario, pero aquí, es diferente… —respondo viendo hacia el techo, intentando que mi voz salga lo más natural posible.

Las conversaciones con Liv en el pasado era lo que más me ayudaban, me hacía sentir tranquila y segura, me guiaba a canalizar todos los sentimientos dañinos que en mi habitaban. Sabía que por un tiempo era su deber, le pagaba por hacer su trabajo, pero un día simplemente vi nuestra relación con otros ojos.

LA SAYÓN | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora