—¿Cómo sabes de este lugar? —quise saber.

—Contactos —Era su respuesta para todo—. Cuando viajas mucho, tienes datos de todos sitios que debes visitar.

—¿Y un antro oculto en medio de la nada era uno de esos datos?

—Ya verás que una vez dentro, todo lo demás pasará a segundo plano. Olvídate un poco de todo el trabajo. Disfrutemos de esta noche, ¿vale?

—Okey —acepté. Necesitaba celebrar en grande.

Bajamos las escaleras donde un guardia nos recibió antes de dejarnos entrar. El ruido interior se hizo más intenso, con el que apenas pude oír mis pensamientos.

—¿Vienes a ligarte a alguien antes de irnos? —bromeé, dándole un codazo—. Yo puedo irme a la barra, si quieres.

—Jade, vine aquí contigo, no tengo interés de irme de aquí con nadie más.

Me sorprendí por la intensidad de sus palabras, pero lo atribuía al mal carácter que tenía desde la mañana. Nos acomodamos en la barra, donde encontramos un par de puestos libres. El resto de las personas bailaban o estaban sentadas en las mesas del segundo piso. Hacía calor, por lo que me quité la chaqueta y la dejé colgada en el respaldo de la silla.

Pedí una piña colada. Una dulce y fresca piña colada, que se estaba transformando en mi trago favorito. No podíamos mantener una conversación decente sin tener que repetirnos cada tanto algunas palabras o levantar la voz exageradamente, así que cuando terminamos nuestros tragos me invitó a bailar.

—¿De verdad bailas? —bromeé, mientras lo seguía por la pista, aferrada a su mano—. No te imagino bailando.

—¿Por qué no?

—No lo sé.

El asunto era que nunca lo había imaginado en ningún contexto, hasta este viaje. Siempre me había limitado a esquivarlo y no pensar en él, aunque llevábamos dos años siendo compañeros de trabajo.

Y bueno. Bailaba bien.

Bailaba más que bien.

Se dejaba llevar por la música con soltura, meneando sus caderas de manera sensual y relajada, demostrándome que sí sabía cómo divertirse.

Una semana atrás estaba refunfuñando en mi escritorio, peleándome con él en la oficina vacía. Y Ahora, bailaba con los brazos alrededor de su cuello, mientras me sonreía sin contenciones.

Definitivamente, este hombre estaba lleno de sorpresas.

Y para mi desgracia, yo estaba llena de alcohol en ese momento, y mis inhibiciones estaban muy ocupadas durmiendo la siesta.

Le sostuve la mirada durante un momento muy largo

—¿Qué? —preguntó, cohibido.

—Eres como una caja de Pandora, Ryder.

—¿Cómo? ¿Estás diciendo que soy la representación de todos los males de este mundo? —meditó.

—No, tonto. Digo que estás lleno de sorpresas.

—Sorpresas... ¿Cómo cuáles?

—Eres encantador y divertido. Lamentablemente, está todo oculto debajo de esa fachada de engreído, pero, aun así, lo eres.

—¿Gracias?

—Eres atento, carismático y muy buen bailarín.

Sonrió, apartando la mirada. Estaba empezando a mostrar más de esa timidez que siempre ocultaba.

El más dulce de mis errores©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora