―Sí, claro, ningún problema. ―Sonreí―. ¿Prefieres que me vaya para la hora que deba estar aquí?

―No, no, no. ¡Más faltaría que te echara de tu propia casa! Además, seguro que querrá hablar contigo. Es un poco... sobreprotectora. Cuando le dije que me había mudado con una pareja, casi le dio un soponcio.

No pude evitar lanzar una carcajada.

―Es normal, la entiendo.

Sonrió un poco y se encogió levemente de hombros.

―Menos mal que mi madre y mi padre se lo tomaron bien, porque si tuvieran que venir aquí los dos... miedo me da.

―¿Por qué? ―pregunté extrañada.

―Se llevan... regular, podríamos decir. Ni bien, ni mal. Mantienen la cordialidad entre ellos por mi hermana y por mí. Son dos personas completamente distintas. Mi madre es un bloque de hielo con valores de dudosa moralidad y mi padre es todo lo contrario, defensor de minorías y la persona más cariñosa que he podido conocer.

―Oh, vaya... Están separados, imagino.

―Divorciados, sí. Nunca he entendido cómo dos personas tan distintas han llegado a estar tantísimos años juntos. Veinte, más o menos.

―¡Ostras!

―Ya ves. No solemos juntarlos mucho, porque chocan un montón. Mi padre tiene nueva pareja y a mi madre no le hace mucha gracia que sea un hombre. Es un poco homófoba. En realidad, no sé si antes de enterarse de que papá en realidad es bisexual era homófoba; puede sonar a tontería, pero pareció desarrollar esa aversión hacia la gente homosexual después de lo de papá.

―Creo que una persona homófoba crece siéndolo, pero seguramente fue un agravante...

―Probablemente.

―Tú no pareces ser una persona de valores de dudosa moralidad ―me atreví a decir.

―Prácticamente me ha criado mi padre, así que parte de mi base como persona ha sido construida con su ayuda. Sin embargo, siempre he sido bastante independiente, por lo que he forjado mis valores sin influencias mayores, aunque él ha sido un ascendiente sobre mí. ―Se quedó callado un par de segundos y luego levantó la mirada, fijándola en mí y esbozando una media sonrisa―. No sé por qué te estoy contando todo esto, disculpa.

―No, no. No te disculpes. Es bueno conocerte un poco y saber de dónde vienes. Creo que eres un gran chico ―admití.

―Gracias... ¿Y tú? ¿Padres juntos, divorciados, hermanos...? Creo que recuerdo que me dijiste que tenías una hermana pequeña.

―Mis padres están juntos y, sí, tengo una hermana pequeña. Tiene dieciséis años, se llama Isla.

―¿También tiene tu mismo acento?

―No ―reí―. Ella ha tenido la suerte de criarse en menos países que yo, muchísimos menos.

―Son suertes distintas ―comentó mientras se levantaba para meter el plano y la taza en el lavavajillas―. Crecer visitando distintos lugares creo que es bueno, ¿no? Conocer tantas culturas e idiomas debe ser muy enriquecedor.

―Lo es, en realidad. Pero agobia un poco siendo una niña y, en mi caso, desencadenó una crisis de identidad. Hubo mucho tiempo en el que me frustré un montón porque no era capaz de determinar cuál era mi lugar, de dónde venía. Hasta que no logré entender que mi sitio es ese en el que está la gente a la que quiero, fue un auténtico calvario para mí.

―No puedo ni imaginármelo... ―Hizo una mueca y miró su móvil―. Debo irme a clase. Muchas gracias por el desayuno, Olimpia.

―A ti por dejarme conocerte un poquito más.

Lo bueno de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora