Prioridades

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Los hombros de Diluc se relajaron luego de un prolongado suspiro. No era una visión del todo inusual, pero con el alba casi despuntando no tenía ánimo para lidiar con ello, no después de una noche tan larga y poco productiva.

—Señor Diluc, no lo esperaba hoy—se apresuró en recibirlo Charles, reprimiendo un bostezo. El hombre no se miraba incómodo, pero sí cansado. Diluc imaginó lo tedioso que debió haberle resultado Kaeya esa noche, pero no se permitió ir más allá; Kaeya no necesitaba razones profundas para molestar a los demás.

—Siento esto.

—Pensé dejarlo ahí, no pude despertarlo de ninguna manera y... No noté que bebiera tanto, así que me extraña... y cuando menos supe ya estaba así y...

—Ya me encargo —lo interrumpió—. Gracias por todo. Y tómate esta noche.

—Muchas gracias —respondió Charles, no sin antes pensarlo un poco; marcharse, dejando al señor Kaeya ahí, no parecía buena idea.

—Estará bien. Descansa.

Después de despedir a Charles, Diluc se permitió un segundo para... nada. La taberna se convirtió en un espacio cerrado y vacío, ni él ni Kaeya estaban ahí ni el cielo comenzaba a aclarar afuera, la respiración pesada de Kaeya tampoco le resultaba familiar ni mucho menos él se sentía nervioso y desarmado; era sólo una ilusión, una suerte de sueño amenazando con convertirse en pesadilla si no despertaba de una buena vez.

Y un viejo conocido, ese reptar frío que le rasguñaba la conciencia cada vez que se encontraba a solas con Kaeya.

Estaba cansado.

Y arrepentido.

Por lo menos se permitió reconocer que no tenía los ánimos ni la energía para discutir con Kaeya y a lo mejor, así como había pretendido Charles, sólo debía dejarlo ahí. Varias veces lo había encontrado en circunstancias similares, rodeado de botellas, apenas consciente pero siempre mordaz; bastaba una ligera discusión y la desaparición oportuna del vino para que se marchara antes de resultar una verdadera molestia. Pero ahora parecía en calma, su cuerpo relajado era una visión extraña, como un niño reconfortado por la seguridad de saberse amado, y no supo cómo actuar.

Diluc se acercó a la barra, sus pasos fueron suaves y no con menos delicadeza se hizo con un taburete para sentarse. Su propia respiración le parecía demasiado bulliciosa ahora y de haber podido también habría controlado los latidos de su corazón. ¿Pero qué atención merecía después de tantos años? Fue así como un recuerdo, fugaz como inesperado, destelló frente a sus ojos y guió su mano hacia Kaeya; alcanzó a rozarle el cabello antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo.

No era él ese día y no sabía explicar por qué. El inusual silencio de Kaeya tal vez, la intimidad de la luz emitida por el palpitar pausado de las lámparas, su propia cobardía, la noche que se había escapado entre sus dedos incómoda y vacía, temer reconocer que con sus acciones no podría arreglar nada en absoluto, no a largo plazo y menos aún cuando cosas peores parecían amenazar la seguridad de Mondstadt

Sí, estaba cansado.

Diluc se acomodó sobre la barra con un brazo extendido hacía Kaeya, viéndolo: el cabello le ocultaba el rostro, su respiración se había aligerado aunque su cuerpo comenzaba a mostrar los primeros signos de incomodidad. Cerró los ojos. A pesar de llevar las manos protegidas sintió que el mundo que se escapaba entre ellas lo laceraba, el mundo contenido en el espacio que lo separaba de Kaeya, tan inmenso ahora que ya no alcanzaba a comprenderlo, hizo que sus manos ardieran bajo los guantes como si se tratara de la delicada piel de su ser más joven.

Relatos (Kaeluc)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora