—Porque no soy tan cruel.

La habitación fue sumergida en un silencio sepulcral.

—El día que te llamé estabas esperando la llamada de él, ¿no? —inquirió Samuel.

—No —mentí.

—Bien. A mí no me engañas, pero digamos que no te gusta —hizo una mueca—. Lo quiero conocer.

—Ya lo conoces, Samuel —le recordé.

—No. Quiero hablar con él. Ni siquiera hiciste las presentaciones formales.

—Es que solo lo quiere para ella. Comparte con tu amiga, mezquina —frunció el ceño—. Estoy de acuerdo con Sapicienta, quiero conocer a mi nuevo cuñado. Creo que no lo presentó porque estaba atontada con él.

—No es nada, él es mi nada.

—Pues queremos conocer a tu nada.

—Bien —accedí de mala gana.

—Pasado mañana.

—Sí —hice una pausa al darme cuenta—. Espera, ¿qué?

—Eso es todo lo que diré —zanjó Samuel.

—Pero...

—Pasado mañana —aseguró Trina—. Esto de ser estricta me queda. Juntarme con Sapicienta trae resultados —sonrió.

***

Tenía una agilidad increíble para meterme en líos. Tuve la oportunidad de negarle a mis amigos la petición de conocer a Jensy, pero no lo hice. Tuve la oportunidad de mentirles y decirles que nunca más lo volvería a ver, pero no lo hice.

Era obvio que debía hacerme responsable de mis actos, así que tenía que hablar con el tonto de Jensy.

Busqué su número de contacto, y sonreí al ver que el apodo Saco de pulgas, le quedaba mejor que el anterior.

Y no me importaba si se quejaba.

Esa era la primera vez que lo llamaría y sentía que me iba a arrepentir.

—¿Ya te decidiste? —preguntó cuando respondió la llamada.

—Pensé que se decía hola, pero ¿en qué debo decidirme?

—En que no podemos estar separados el uno del otro.

—No estoy para bromas —rodé los ojos y sonreí porque no podía verme—. Necesito hablar contigo.

—Eso estamos haciendo —se rio.

¡Dios! Dame paciencia, Señor.

—Me refiero en persona.

—Claro. Te espero en donde casi me matas.

—Exagerado. Está bien.

Colgué la llamada.

Ok, paso 1 completado. No fue tan difícil como pensé. La nueva dificultad era que aceptara conocer a mis dementes amigos.

Me puse una blusa roja y unos pantalones negros. Me hice un moño alto con la coleta suelta y una trenza en el centro del peinado.

Estaba que fluía con los peinados. Je, je.

Y sí, mi vestuario hacía referencia a Pucca.

Bajé las escaleras y entré a la cocina.

—¿A dónde vas? —preguntó mi padre.

—Iré a dar una vuelta. ¿Necesitas algo?

—Nada.

Creo que te necesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora