Capitulo 3

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–Este es tu uniforme– dijo Urshu, poniendo una tunica ligera de lino en las manos de Winda–Esto es un abrigo, y ésta es la tarjeta para que ingreses a tu habitación ¿Entendido? Te fué asignada la 218, está en este mismo pasillo a la izquierda

–Entiendo, yo buscaré mi habitación, gracias por todo Urshu– le sonrió y se volteó a caminar por el pasillo, apretando las cosas que le había dado contra su pecho.
Llegó a su habitación y al darle una primera mirada, se le escapó una pequeña sonrisa, habían dos camas y en una de ellas su compañera se estaba echando una buena siesta, podía ver mechones rubios de cabello y una boca abierta. Entró sigilosamente y usó el baño para asearse, contenta de no tener que cronometrar su tiempo, estuvo allí hasta que la piel de los dedos se le puso arrugadita,por primera vez en diez años se sentía limpia.
Arrojó a la basura el extremadamente corto y revelador vestido que tenía, para ponerse el del uniforme. No le hacía justicia a sus marcadas curvas, pero era cómodo y decente, todo lo que ella buscaba.

Para cuando hubo termindo todo el proceso, caía la primera noche desde que Winda había abordado al Hermes, la mujer subió a su camastro y sin querer despertó a su compañera.  La mujer, parecía de unos treinta años, rubia y delgada, le recordaba a una espiga de trigo, tenía el cabello hecho un desastre y las marcas de las sábanas por todo el rostro.

–Disculpa...¿Sabes donde puedo encontrar al general Damaso?– preguntó suavemente mientras se sentaba en su camastro.

–Debe de estar en la cabina del piloto– dijo suavemente la otra chica, aquella era otra de las cocineras, pero a diferencia de Winda, realmente tenía experiencia, era una de las jefas en un restaurante prestigioso y bastante moderno, estaba allí tanto por el dinero, como por que su novio era uno de los militares.

–Gracias

La morena se levantó de un saltito y salió, comenzando a recorrer el pasillo en puntillas ya que no tenía calzado.

Miraba totalmente impresionada las enormes ventanas que iban desde el suelo hasta casi tocar el techo, los suelos impecables y el techo vidriado, era difícil de creer todo el lujo que podía caber en un barco, todo se ampliaba al final, llegando a la cabina,  allí se veía todo el frente, el sonar y el mapa de viaje. Pero lo mas llamativo de todo, era la espalda y el cabello castaño del oficial.

–Señor queria pedirle un favor, si me permite la molestia...

Dijo suavemente, mirando su espalda, al oírla el hombre se tensó y volteó lentamente, mirándola con el ceño fruncido.

–¿Qué quieres, Winda?– preguntó bastante fastidiado.

–Me preguntaba si había alguna posibilidad de que pueda salir a la proa, a hablar con mis dioses y mi familia– pidió mirando al suelo.

Damaso la miró, estaba prohibido que los esclavos subieran, por si intentaban saltar o algo por el estilo, asi que de forma automática iba a negarse, pero lo último le hizo pensarlo un poco.

–¿Tu familia?– preguntó algo confundido, levantándose para acercarse y mirarla, poniéndole la mano bajo el mentón para que pudiera verle el rostro.

–Si, fallecieron, y en mi país creemos que se convierten en estrellas, mis amos no me permitían hacerlo, y de verdad lo hecho mucho de menos.

Damaso asintió con la cabeza y la soltó, apartándose un poco.

–Vamos, tendré que acompañarte, pero no te preocupes, te daré un poco de privacidad– comenzó a caminar, saliendo de la sala, yendo al ascensor.

–Muchas, muchas gracias señor– dijo suavemente, sonriendole un poco, caminando un poco atrás de él.

–Solo un momento ¿De acuerdo?

–Por supuesto

Dijo asintiendo, al llegar sonrió y corrió emocionada al aire fresco, respirando profundamente.
Levantó la mirada al cielo y alzó las manos con las palmas hacia arriba. Cerró los ojos y por casi veinte minutos susurró cosas en un idioma totalmente inteligible para el soldado, el cuál la miraba como hipnotizado, no podía despegar los ojos de su figura, estaba totalmente seguro de que jamás en sus cuarenta años de vida había visto una mujer así.

–He terminado, general– dijo acercandose un poco a él, secandose algunas lágrimas–Muchas gracias por permitirme venir aquí.

–No te preocupes, yo también necesitaba algo de aire fresco– Murmuró, volteando para resguardarse nuevamente bajo techo– ¿Quieres decirme que le ocurrió a tu familia?

–Las guerras de conquista, señor– dijo suavemente–Allí asesinaron a toda mi ciudad y familia.

Damaso pasó saliva y asintió suavemente con la cabeza, era una historia triste, si, pero no era nada inusual.

–Asi son las guerras ¿No lo crees?– dijo algo incómodo– Siempre alguien pierde.

La morena frunció el ceño y Soltó un pequeño suspiro.

–Yo tenía una hija de seis años– dijo de forma cortante, caminando rápido para sobrepasarlo, yendose directamente a su camarote.

Al llegar se recostó en su cama, cerrando los ojos y cubriendose el rostro con la almohada, había amado esos minutos para hablar con su familia afuera, las estrellas siempre le recordaban a su hija.

Diez años atrás

–¿Y esa como se llama?– preguntó la pequeña mientras alzaba su índice a una estrella algo lejana, estaba sentada en el regazo de su madre mientras aquella le trenzaba el cabello.

–Se llama Tario– dijo con una pequeña sonrisa, ajustando bien las trenzas de la pequeña.

–No quiero que te vayas de viaje–hizo haciendo un pucherito y abriendo grandes los ojos– Papá trabaja todo el día, y me aburro aquí sola.

–Bueno, a ver...Cuando me extrañes mucho, solo pídele a papá que te deje salir, y mira a Tario, yo estaré mirando justo allí.

***

–No lo pienses... No lo pienses.

Murmuró para si mismo Damaso, mirando fijamente al océano, tratando de mantener fuera de su cabeza las  escenas de las grandes guerras de conquista.
Golpeó con fuerza un area vacía del tablero de control, respirando de forma acelerada, se llevó las manos al rostro y se lo frotó hasta que más o menos pudo regularla.
Soltó un pequeño suspiro y apretó los dientes, realmente no podía entender qué era lo que le estaba sucediendo, pero pensó, que quizá el médico de a bordo podría tener algo que lo ayudara.

–Ir a pedirle plantas al médico ¡JA!

Dijo para si, negando con la cabeza.

–Ahora si que me volví loco ¿Qué soy? Una anciana que consulta con el curandero, por lo dioses.

Negó con la cabeza y rió para sus adentros, no sabía bien cuanto tiempo más aguantaría toda esa presión, pero sabía que no podía mostrarle a nadie lo "débil" que creía que era.

Malditas EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora