― ¿Quién es la mejor jefecita del mundo?― Me agarra los cachetes haciéndome un puchero.

― Suéltame, Liana.

― ¿Quién es la mejor jefecita del mundo?― Repite, juguetona.

― Yo.― Digo con expresión aburrida.

― Sí.― Camina hacia la puerta.

― Mándale un correo al ex dueño de la empresa, dile que está cordialmente invitado a la hacienda. Daré una conferencia por los 30 años de aniversario, y me presentaré oficialmente como el CEO de la empresa.

― Como ordené, mi Jefecita.

Se marcha, dejándome sola de nuevo en la oficina.

Miro mi celular y noto 7 mensajes. Ninguno de ellos es de él.

Desde el día en que acepté ser su sumisa, no lo he vuelto a ver. Tuve que dejar su departamento abruptamente cuando recibí la llamada del hospital informándome que Dulce había sufrido un pequeño accidente. Al parecer, se había desmayado cerca de las escaleras y había caído sobre ellas. Según lo que me dijo Gael, no había sufrido daños graves, solo pequeños golpes, y los mareos se debían a la falta de alimentación adecuada. Tuve que quedarme con ella.

En tres días me iría a México, y eso no me llenaba de entusiasmo. Aunque me alegraba la idea de reunirme con mi hermana, lo que me inquietaba era la perspectiva de ver a mi papá. La hacienda en la que él trabaja es de mi propiedad. Don Rodrigo me la dio como regalo de graduación, ya que quedaba cerca de mis padres y mi hermana, y nadie en México sabía que yo era la dueña.

Recuerdo que la empresa estaba en sus peores épocas y al borde de la quiebra cuando la adquirí. Con esfuerzo y dedicación, logré sacarla adelante y posicionarla como la empresa agropecuaria líder en Latinoamérica. Pero, a pesar de eso, nadie sabía que yo era la mente maestra detrás de la compañía. Siempre la había manejado a través de un administrador o abogado.

Mi celular vibra en el escritorio. Lo agarro y veo el mensaje. Es de Adrien. Mi corazón late con fuerza.

"Te espero hoy a las 20:00 horas en la suite.― Adrien"

Ahora tengo que pensar en cómo le diré a Adrien que me voy del país por más de un mes. La ansiedad comienza a crecer mientras imagino su reacción al enterarse de mi ausencia.

Estoy frente al espejo, nerviosa mientras me arreglo para mi cita con Adrien. Ni siquiera he cenado, y siento que no podría meter un gramo de comida en mi boca. 

Me coloco un hermoso set de lencería de encaje de cuatro piezas, completo con ligueros y medias negras que había comprado después de salir de la empresa. Deslizo el vestido negro sobre mi cuerpo; es elegante, tiene un escote en V profundo y un lazo en la cintura que acentúa mis curvas. Luego, deslizo mis pies en unos zapatos de aguja negros con suelas rojas que le dan un toque sexy. Agarro mi bolso de mano negro y me miro en el espejo. El reflejo que veo me gusta; los labios rojos terminan de darle ese toque sexy y misterioso. No hace falta decir que el color negro me encanta; lo he usado desde que tengo uso de razón.

Salgo de mi habitación y desciendo las escaleras. Encuentro a mi nana en la sala de estar.

― Te ves hermosa, mi niña. Muy elegante.― dice con una sonrisa cálida.

Si tan solo supiera que lo que se esconde bajo este vestido no tiene nada de elegante ni decente.

― Gracias, Dulce. No me esperes despierta.

― Disfruta de tu noche, mi niña.

― Gracias, Nana.

Salgo de la casa y me dirijo a mi auto. Néstor me entrega las llaves y enciendo el motor. Mis manos sudan mientras ingreso la ubicación del encuentro en el GPS. La ansiedad crece a medida que me acerco al lugar de la cita con Adrien.

Contrato sin amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora