Capítulo 22 Mansión Galloway Mañana del 27 de diciembre de 1942 Katherine Jones

Comenzar desde el principio
                                    

— Kath, no te muevas— me insistió.

Yo asentí mientras trataba de mantenerme las lágrimas. Mientras Jack evitaba esquivar algunos cristales, yo bajé la mirando, posé mis manos sobre mis rodillas y hice la mano un puño tratando de soportar el dolor. En ese instante me vi reflejada en un trozo de cristal que estaba frente a mí y pude ver mi rostro pálido y ojeroso, mientras que mi cabello, aún mojado, caía sobre mis hombros. No parecía yo. Parecía sin vida, ni si quiera había un brillo en mis ojos. El color avellana que había heredado de mi madre había desaparecido, ahora eran totalmente negros y mis párpados estaban hinchados. Parecía una enferma. Ni si quiera tenía mis características mejillas sonrojadas que tanto le gustaban a mi padre. Observé cada lado de ese trozo de cristal y pensé, así estoy, rota por dentro.

Jack logró llegar hasta mí lo más rápido que pudo, aunque se había dedicado a retirar con sus zapato parte de esos fragmentos, formando una especie de pasillo hasta mí. Me dio ambas manos y trató de ayudarme a levantarme. De pronto, su mirada se concentró en mis rodillas. Tenía clavado cristales en ambas y estas habían comenzado a sangrar. Me cogió en pesó y me llevó hasta mi cama. Mientras tanto, hizo un gesto a alguien que estaba a sus espaldas, pero no logré verla hasta que entró en mi campo de visión. Eran varias sirvientas que venía a recoger el destrozo que había provocado, mientas otra trajo un kit de primeros auxilios. Jack analizó la zona con cuidado.

— Parece profundo— dijo volviendo su mirada hacia a mí, compadeciéndose

Tuvo que abrir ambas heridas para lograr extraer con cuidado los trozos de cristal que eran como puñales. Logró extraerlo para luego desinfectar y curar. Después tuvo que coserme con aguja e hilo.

Cuando todo se calmó Jack me preguntó:

— ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Ha vuelto? — parecía serio y seguro, pero en sus ojos pude ver miedo

Me limité a negar con la cabeza.

— No — dije finalmente—. Necesitaba salir y... — hice una pausa temerosa de que me fuera a tratar de loca—, todo se hizo cada vez más pequeño y me angustiaba... sentía que él estaba allí, pero...

Su rostro cambió. Sentía pena por mí, pero no quería que fuera así. Yo nunca había querido que nadie se preocupara o sintiera lastima. Pensaba que yo era demasiado fuerte como para salir de cualquier problema, pero estaba claro que no estaba en lo cierto. Necesitaba ayuda. Me acarició el cabello y mostró una leve sonrisa.

— No quiero que pienses que estoy loca— pude decirlo finalmente, aunque con dificultad, porque hasta yo misma pensé que había perdido el juicio.

— No podría pensar eso de ti, Kath— sonrió con dulzura—. Estás sufriendo mucho. Estás traumatizada y es normal que sufras ciertas paranoias.

Sus palabras me aliviaron, hicieron que pudiera comprenderme a mi misma. Lo que había pasado no era fácil de digerir. Sonreí aliviada y le abracé. Me hubiera quedado así por toda la eternidad si hubiera tenido la ocasión. Escuchar su corazón y sentir como sus manos me rozaban me hicieron sentir mucho mejor. Entonces, nuestros ojos se encontraron por sorpresa. No queríamos desviar la vista. Él me retiró el pelo del rostro, colocándolo tras mi oreja, desvió sus ojos a mis labios y me besó. En aquel momento, olvidé ser profesional. De hecho, la empresa era muy estricta con respecto a las relaciones entre compañero de trabajo, pero en ese instante, donde lo único importante éramos nosotros, todo me daba igual. Sentí como si fuéramos los únicos que existíamos en nuestro pequeño mundo y, por una vez, deseé que ese instante fuera eterno. Era como si nos hubiésemos fundido en uno solo. Nos separamos y nos sonreímos, con cierta inocencia como si volviéramos a ser unos adolescentes dándose su primer beso.

El Misterioso Caso de la Mansión GallowayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora