—Te dije que sabía ducharme soli... —incrustó su dedo anular en mis labios mandándome callar.

Mi respiración se desbordó.

Di un paso al frente para salir de la ducha, pero el heredero Kozlov atrapó mi garganta censurando la escabullida. No tardé en palpar la fría pared en mi columna. Sus círculos hablaban por sí solos. Tenía un plan. Represalias por mi comportamiento.

—¡Déjame en paz, bestia! —exigí cargada de odio.

Respondió con una sonrisa ladeada y retorcida. El muy imbécil se estaba mofando de mí. No me dio tiempo a contraatacar porque Viktor impulsó mis hombros postrándome de rodillas. Luego apretujó fuerte mis mofletes obligándome a abrir la boca.

—¿Recuerdas el castigo, Freya? —rememoró agrandando su pecho a lo semental.

Cuando pretendí responder ya tenía su miembro implantado en mi orificio. Metía y sacaba. No pude siquiera razonar. Solo dejarme llevar. Era lo que realmente deseaba. El remordimiento no existía.

Brenda, eres un desastre con patas.

Multiplicó el acto comprimiendo desde mi nuca hasta penetrarme la garganta. Reprimí las arcadas entregándome a él por completo. Un delito.

—Oh, Dios... —gimió Viktor.

Sus venas hinchadas en mi paladar informaron de que estaba bordando el clímax. Así que relamí sus alrededores como si de una piruleta se tratara.

Tres minutos más tarde, un líquido caliente y pastoso empantanó mi boca. De normal me lo hubiese tragado, pero en esta coyuntura decidí golpearle con su propia medicina. Encarrilé mis piernas resentidas y escupí el fluido en su cara.

—¡Púdrete en el infierno! —chillé escaneando sus facciones con asco y repugnancia.

[...]

Cuatro de la madrugada y rumbo a la propiedad del delincuente Asiático para hacer volar su castillo de cuento. Viktor sonreía cada vez que me removía del asiento adolorida. El muy animal dejó mis nalgas escocidas como castigo. Fueron treinta azotes.

Y con la mano bien abierta.

Las conté interiormente al mismo tiempo que planificaba el siguiente asalto contra él.

Pinganillo en mi oído derecho. Calzado adecuado y cinturón atado con armamento letal. Salimos de los automóviles. Mi chip cambió. Medusa en acción.

Pero esta vez luchaba con el enemigo.

—Ni se te ocurra alejarte de mí. —mandó Viktor cogiendo mi mano para retenerme a su lado.

—Se apañármelas sola. —reconocí arisca.

—No tienes ni idea, Freya. —contradijo dejándose llevar por la preocupación de que algo malo me ocurriera. —¿Puedes hacerme caso por hoy?

Arqueé una ceja en gesto inequívoco. Ni en sus sueños acataría. Él resopló desquiciado. Después estrechó mi mano con tantísima fuerza que hizo chascar los huesos microscópicos de mis dedos.

—¡Me haces daño! —me quejé.

Sus súbditos se voltearon disimuladamente cotilleando la bronca en silencio.

—¡Elegiría mil veces hacerte daño si así evito que te quiten la vida! —rugió con la mandíbula prieta de tal manera que oí sus dientes chirriar.

—¡Fuiste tú quien tuvo la genial idea de traerme aquí! —reproché en desacuerdo. —¡Tú!

Paró en seco virando su rostro en mi dirección, mirándome como si hubiese cometido un crimen.

TAIPÁN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora