—Oh, ahora insinúas que no soy normal.

—Levi, —María se rio— nadie que esté dispuesto a estudiar más de diez años, como nosotros, es normal.

El rubio resopló y miró el reloj de su muñeca. —Vamos. —apremió a su amiga. —Las enfermeras deben estar echándote de menos y aún no tienes tu café.

*****

Con un suspiro largo y algo cansado, Valerie sacudió la bata blanca que Levi le había prestado antes de colgarla en una percha. La guardó en el armario y se volvió hacia el escritorio para despedirse del cardiólogo, que parecía igual o incluso más cansado que ella. Levi revisaba con desgana, hundido en la silla y con la lengua entre los molares, los partes de enfermería de pacientes ingresados. Su guardia de veinticuatro horas aún no había acabado y tenía que realizar el control de planta.

—Ya he terminado por hoy. —anunció Valerie con voz suave. Vio que Levi asentía. Antes de tomárselo como un "no me importa" y marcharse, decidió iniciar una conversación: —¿Te queda mucho trabajo?

—Sí. —contestó, escueto como de costumbre.

Valerie intentó sonreír, pero solo logró hacer una mueca. —Espero que te sea leve. —dijo, intentado esconder lo mejor posible el sarcasmo. Justo antes de girarse para abrir la puerta de la consulta, su teléfono vibró. Echó un vistazo a la nueva notificación que había aparecido en la pantalla de su móvil y chasqueó la lengua.

Normalmente Levi ignoraba aquellos signos no tan sutiles, pero la molestia repentina de Valerie fue tan evidente que no pudo evitar apartar la mirada del ordenador para observar a la psicóloga, que guardaba el teléfono en el fondo de su bolso.

—¿Qué pasa?

Valerie alzó la vista. Vio a Levi con el mentón entre el pulgar y el índice y el codo apoyado en el escritorio. Su mirada parecía estar buscando algún detalle para fastidiar a Valerie aún más. Ella negó con la cabeza.

—Nada.

—¿Nada o nada que me importe?

La de melena oscura esbozó una sonrisa. Levi empezaba a tener un gran repertorio de sus posibles contestaciones en la cabeza, algo que indicaba que la observaba bastante más de lo esperado y que, por ende, estaba aún más interesado en ella. —Un amigo —su nuevo ligue de Tinder— me ha dejado tirada, eso es todo. 

Levi alzó las cejas. Chasqueó la lengua, tomó aire y devolvió la vista hacia la pantalla del ordenador con cierta apatía. —Así puedes dedicar más tiempo al proyecto. 

Valerie solo pudo soltar una risotada algo irónica. Se despidió de nuevo y caminó hacia la puerta, aunque se quedó a mitad de camino.

Si algo le había enseñado la neurociencia era que los humanos, detrás de una supuesta complejidad, son máquinas simples que funcionan valiéndose de instintos y refuerzos de lo más simple, que los humanos no son tan diferentes de los animales. Levi no era más que un león encerrado en una enorme jaula, como los del zoo de Central Park, y para domarlo solo se necesitaba un poco de carne y mimos. Valerie sabía que, si no le entregaba rápido esas dos cosas, su auténtica naturaleza volvería a apoderarse de él, y a un león nunca se le podía alimentar delante del público. Sin meditarlo mucho, la psicóloga decidió llevar a cabo la idea fugaz que acababa de pasar por su cabeza:

—¿Haces algo el sábado?

La mirada ocre de Levi le delató por completo; había captado su atención a pesar de que el tono de su voz y sus palabras evasivas dijeran lo contrario. —Estoy de guardia localizada. 

—Oh, vaya. —musitó Valerie. —Es que tenía entradas para un musical, y.... Me da un poco de vergüenza ir sola. Pero bueno, no pasa nada. Las revenderé. 

A matter of heartWhere stories live. Discover now