—¿Él cocina?

—Que cocine es una cosa, que comparta con los demás es otro asunto —dijo Caleb negando con la cabeza—. Duque, su esposa —agregó una vez llegando a su lado.

Tarikan llevó su mirada a ellos unos segundos y luego la apartó para llenar al cuenco con sopa.

—Siéntese y coma algo —dijo ofreciéndole a Aynoa el cuenco.

Caleb pareció sorprendido por aquel gesto, en todas sus incursiones el duque era bastante egoísta para compartir su propio alimento, en especial cuando lo preparaba el mismo con sus manos, ya ni le preguntaban si les regalaba un poco. Ahora con aquella mujer que incluso él mismo odiaba hizo la diferencia.

—Gracias —contestó Aynoa sentándose en un tronco y tomando el cuenco tibio. Lo olió y cerró los ojos al sentir el agradable aroma de las verduras.

—Tenga —dijo el duque pasándole un trozo de pan—. Supongo que esto es bastante nuevo para una mujer como usted.

—Lo es, pero...

—Lamento no tener más, pero es lo que hay. Debe acostumbrarse, al menos hasta llegar a Castilvelle —dijo él terminando de servirse—. Caleb puedes irte.

—¿No me convidara también?

—Claro que no.

—Estoy segura que el señor Caleb estuvo todo el tiempo cuidando mi puerta y no ha tenido tiempo para preparar su alimento —Aynoa sonrió levemente mientras miró directamente al duque. El soldado no le caía bien, pero si quería ganarse el respeto y comenzar a simpatizar con los soldados debía empezar por esto.

Tarikan la miró y frunció el ceño, luego untó el pan en la sopa para luego echárselo a la boca. Con su mejilla derecha inflada habló con la boca llena.

—Sírvete tú.

—Gracias duque —dijo Caleb agarrando rápidamente un cuenco y sacando de la olla la sopa que aún humeaba—. Yo sabía que era un buen cocinero— agregó.

—Caleb ¿Te toca la guardia hoy en la noche?  —preguntó Tarikan.

—Les toca a los hombres de Merlín, hace un rato encontraron una manada de lobos, pero...

—¿Lo-lobos? —preguntó Aynoa sobresaltándose y la sopa cayó al suelo esparciéndose en la tierra.

El duque la miró con seriedad y observó el suelo para tomar una vez más el recipiente.

—Detesto desperdiciar comida Aynoa —dijo sirviéndole nuevamente.

Ella por otro lado no contestó, ni recibió nuevamente lo que él le entregaba, recordó a las bestias peludas que habían atacado el marquesado. Con dientes tan grandes y puntiagudos, junto con unos ojos feroces, recordó también el sonido que hacían.

—¿Piensas que unos lobos pueden hacernos daño? —preguntó Tarikan mirándola. Aynoa salió de sus pensamientos y lo observó.

—Duquesa, quédese tranquila, usted no vera una sola parte de ellos, quizás los escuché aullar, pero no se acercarán a usted ni al carruaje.

—¿Cuántos lobos has matado? —preguntó.

—Lo suficiente para perder la cuenta —contestó Caleb.

—Mañana llegaremos a Rumani, por esta noche deberás quedarte en el carruaje y dormir allí. — dijo el duque poniéndose de pie.

—Tú ¿dormirás allí? —preguntó ella, el duque se veía grande puesto de pie a su lado. A pesar de que el hombre la había hecho llorar en su primera noche, ella no quería que aquello se repitiera, pero gran parte de ella se sentía más protegida a su lado.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora