—Oh, por el amor de dios —Puso los ojos en blanco—. ¿Dos juegos de cadenas? Pues ahora necesitaremos dos juegos de llaves. Esto se pone cada vez mejor.


—Ven aquí —dijo Katsuki, que dio un fortísimo tirón a la cadena que le sujetaba el brazo izquierdo. La cadena gimió, pero no se rompió—. Ven aquí. Ven aquí.


Izuku ladeó la cabeza, con la cansada mirada cada vez más despejada. Avanzó renqueando por la celda y cayó de rodillas al lado de Katsuki.


—También te han golpeado —dijo, y luego le tocó las costillas con suavidad.


Los temblores de Katsuki aumentaron. Hablar con él antes de que lo cogieran los goblins había sido fácil. Con su habitual y tranquila falta de sensibilidad, le había explicado cómo creía que irían las cosas. En términos generales, Izuku parecía habérselo tomado bien. Katsuki enfocó la situación como solía: preparado y dispuesto a afrontar cualquier desafío que surgiera.



Entonces ese primer goblin había hundido el puño en el estómago de Izuku, y él había perdido el juicio por completo. Cada puntapié, cada puñetazo que sufría Izuku era como ácido corrosivo en las venas de Katsuki, que quería bramar y dar alaridos. El dragón deseaba con todas sus fuerzas arrancarles el corazón mientras miraban.



Se había aferrado a su autocontrol como a un clavo ardiendo, sabiendo que para Izuku habría sido mucho peor si los goblins obtenían de él esa reacción que andaban buscando.


A Izuku le habían hecho daño. Le habían hecho daño, y eso le había hecho daño a él muy adentro, en un sitio que nunca antes había resultado herido. Katsuki había padecido heridas y daños físicos muchas veces. Nada importante. Pero esto... Katsuki estaba en estado de shock. No había reparado en su condición invencible hasta que esta le fue arrebatada.



Cuando él se arrodilló a su lado, Katsuki lo observó atentamente con mirada ávida. La suciedad le apagaba la luminosidad del pelo. La destrozada camiseta se había tornado gris, y los acortados pantalones habían dejado de ser azules. La pálida piel de Izuku se veía moteada de magulladuras hinchadas tan profundas que adoptaban la tonalidad del negro púrpura.


Pero en el fondo lo que estaba recordando era que, justo antes de que empezase todo, lo había obligado a encogerse de miedo. Jamás se había odiado a sí mismo, pero en ese momento creía estar haciéndolo.


—Ven aquí, ven aquí —susurraba Katsuki. Los bellos ojos de Izuku pasaron de serenos a preocupados. Se inclinó y pegó la mejilla a la de él. Katsuki volvió el rostro, y el pelo de Izuku le cayó encima como un dosel.


Izuku le susurraba cosas al oído mientras le acariciaba la mejilla con la mano. Katsuki se concentró en eso.


—Lo siento. Es todo culpa mía. No te imaginas cuánto lo siento.


—¿Qué? —soltó él—. ¿Qué estás diciendo? Deja de hablar así. Cállate. —Rozó con sus labios la piel de Izuku, aspiró su presencia. Bajo la inmundicia de la mazmorra y la peste a goblin, Katsuki detectó su delicada e indómita fragancia. Algo apretujado y lastimado en su alma se dilataba de nuevo—. Te he soltado un gruñido. No era mi intención.


—No seas ridículo, claro que lo era. —Izuku le acarició el pelo y le besó en la mejilla.


—Te he intimidado. No te intimides nunca más ante mí.


—Katsuki —dijo él con tono de sensatez—. Si la emprendes conmigo y me berreas como un animal salvaje sin yo esperarlo, creo que volveré a acobardarme. Llámame melindroso si quieres, pero esto es lo que hay.

Dragon Bound [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora