―Tienes razón. Que tonta.

―No, disculpa, en realidad está bien. Eula y yo tenemos reputaciones muy arraigadas en el imaginario local. Y hasta ahora hemos sido muy cuidadosos en mantener oculta nuestra relación.

―Entonces... ¿Ustedes son pareja?― pregunté, tratando de no poner atención al pinchazo de envidia que sentí en la parte trasera de mi cuello.

―Eso es lo que yo quisiera, pero como dije, es complicado. Al principio solo intentaba ser amable y darle un refugio donde ella pudiera beber y descansar. Después... Bueno, se podría decir que sigo tratando de derretir los escudos de su congelado corazón.

Las palabras y el lenguaje corporal de Diluc me dejaron en claro que no estaba al tanto de lo mucho que él significaba para Eula. ¿Quizás era por eso que ella continuaba emborrachándose en su bar? ¿Por qué no tenía el valor para confesar ella misma sus sentimientos y trataba de usar el alcohol para aflojar su lengua?

Pese a mis complicados sentimientos con la situación y hacia Diluc, decidí que no haría daño consolarlo un poco.

―Yo creo que estás haciendo un buen trabajo. Ella claramente te adora. O al menos, es más que evidente que confía en ti y disfruta mucho de tu compañía.

―Te lo agradezco. Espero poder ganarme tu confianza también.

No tenía que verme en un espejo para saber que me había sonrojado de nuevo.

―Um, sí, yo también.

―Bien entonces, creo que es hora de irnos. Solo un detalle.

―¿Sí?

Sin responder a mi pregunta, Diluc comenzó a quitarse su saco.

―¿Q-qué estás haciendo?― pregunté nerviosa.

―La noche es fría y llevas la espalda y hombros descubiertos― respondió calmadamente, para luego extender su mano hacia mí, ofreciéndome su saco ―Usa esto―

Mi cerebro estuvo a punto de sufrir un segundo corto circuito ese día.

Diluc me está ofreciendo usar su saco... Diluc quiere que use su saco... Justo ahora... Momentos antes de que vayamos a cenar juntos...

Pensé en la niña Weber y las cientos de mujeres solteras en Mondstadt que literalmente se cortarían un dedo por estar en mi posición. Eso me hizo sentir muy bien conmigo misma.

Pero luego recordé que yo definitiva y positivamente NO estaba enamorada de Diluc Ragvindir, y usar su saco no debía generar en mí ninguna clase de reacción como acelerar mi ritmo cardiaco ni hacer que toda la sangre del cuerpo se fuera a mi rostro.

―Eso no es necesario Diluc.

―Me temo que tendré que insistir. Te desmayaste hoy y tuviste la brillante idea de escaparte del hospital en mitad de la noche. No quiero que te enfermes.

―Pero... No sé si lo notaste, pero toda la ciudad está cuchicheando acerca de ti y de mí y cómo me cargaste en brazos hasta el hospital.

―Y van a cuchichear mucho más cuando sepan que ahora eres el rostro de mi empresa.

―¡Eso es diferente!― protesté ―Ir a cenar juntos y ponerme una prenda tuya hará que todos crean que de verdad somos... Que tenemos una relación...―

―¿Tanto te desagrada la idea de que te asocien de esa forma conmigo?― inquirió en tono afligido.

Palidecí al contemplar la posibilidad de haberlo ofendido.

―¡No! ¡Barbatos, no, no es eso a lo que me refiero! Es solo qué...

―Mona.

Diluc se acercó a mí, aún con el saco en su mano derecha en mi dirección.

―Si no quieres ponerte el saco está bien. Pero no creas ni por un instante que me importa más mi reputación ni los chismes hechos por desconocidos de lo que me importas tú y tu bienestar.

Sonaba tan seguro, tan solemne, que me dejó completamente desarmada. Aun así, quería protestar.

―Es demasiado grande― Él lo sabe, tonta. Me regañé a mi misma.

―Úsalo sobre los hombros― dijo, él calmadamente. Y sin darme tiempo de decir algo más, en un movimiento rápido me rodeó con sus brazos y colgó su saco sobre mis hombros, haciendo a la prenda envolver mi figura.

Se alejó de mi tan pronto como se había acercado. No sí si para no asustarme o para impedir que le devolviera su prenda. En cualquier caso no había podido hacer ninguna de las dos cosas porque mi mente estaba concentrada en la calidez ofrecida por el abrigo. La cual no podía determinar si era causada por el calor corporal residual de Diluc o si la tela era simplemente así de cálida.

―¿Nos vamos?

Me die cuenta que en algún momento caí en un tipo de trance y no vi a Diluc caminar hasta la entrada principal del bar y abrir la puerta. Su brazo izquierdo estaba recogido, con su hombro apuntando hacia mí. No hacía falta un genio para saber lo que significaba ese gesto. Sentí mi garganta seca. Y aunque aún me preocupaba que la gente de Mondstadt nos vieran juntos tan pronto, mi mano se coló bajo el brazo de Diluc para descansar sobre el bícep más macizo y grueso que mis manos han tocado.

Mi estómago se sentía caliente. Igual que mi rostro y lamenté profundamente no tener mi sombrero conmigo, ya que me habría servido para ocultar mi rostro rojo como un tomate sin duda, de la mirada de Diluc.

Pero como es de esperarse de un caballero con impecables modales, Dulic no se burló ni hizo ningún comentario. Y si lo hizo, no lo recuerdo.

Me guía a salir del bar colgada de su brazo el cual ahora envuelvo con mis dos manos.

Le toma unos segundos cerrar con llave.

Después de eso y sin decir otra palabra, comenzamos a caminar en dirección a la parte alta de la ciudad. 

Una propuesta DecorosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora