-¿Por qué me lo has dicho? -preguntó.

Harriet la miró, sorprendida de que le hiciera aquella pregunta. Harriet no habría dejado ni a su peor enemigo que se enfrentara a aquellos dragones sin previo aviso. Bueno, tal vez a Rosier y a Prince...

-Es justo, ¿no te parece? -le dijo a Celia-. Ahora ambas lo sabemos... Estamos en pie de igualdad, ¿no?

Celia seguía mirándola con suspicacia cuando Harriet escuchó tras ella unos pasos. Se volvió y vio que Howell había salido de un aula cercana.

-Celia, entra en clase.

Celia obedeció. Harriet miró a Howell, temerosa. ¿Los había oído?

-Eh... profesora, ahora me toca Herbología...

-No te preocupes, Harriet. Eso ha estado muy bien -dijo Howell en voz baja.

No supo qué decir. Aquélla no era la reacción que ella esperaba.

-Vete a clase.

Harriet obedeció.

A la hora de la comida. Harriet estaba practicando el encantamiento convocador con ayuda de Helmer y Rose. En vez de ir a comer, buscaron un aula libre en la que Harriet puso todo su empeño en atraer objetos. Seguía costándole trabajo: a mitad del recorrido, los libros y las plumas perdían fuerza y terminaban cayendo al suelo como piedras.

-Concéntrate, Harriet, concéntrate... -le animaban sus amigos.

-¿Y qué creen que estoy haciendo? -contestó ella de malas pulgas-. Pero, por alguna razón, se me aparece de repente en la cabeza un dragón enorme y repugnante... Vale, vuelvo a intentarlo.

Harriet y Rose decidieron faltar a la clase de Adivinación para seguir practicando, pero Helmer rehusó de plano perderse Aritmancia. Se obligó a cenar algo por la noche y siguieron practicando en la Sala Común hasta las dos en punto de la madrugada, Harriet se hallaba junto a la chimenea rodeada de montones de cosas: libros, plumas, varias sillas volcadas, un juego viejo de gobstones, y Terry, el sapo de Nell. Sólo en la última hora le había cogido el truco al encantamiento convocador.

-Eso está mejor, Harriet, eso está mucho mejor -aprobó Helmer, exhausto, pero muy satisfecho.

-Bueno, ahora ya sabes qué tienes que hacer la próxima vez que no sea capaz de aprender un encantamiento -dijo Harriet, tirándole a Helmer un diccionario de runas para repetir el encantamiento-: amenazarme con un dragón. Bien... -Volvió a levantar la varita-. ¡Accio diccionario!

El pesado volumen se escapó de las manos de Helmer, atravesó la sala y llegó hasta donde Harriet pudo atraparlo.

-¡Creo que esto ya lo dominas, Harriet! -dijo Rose, muy contenta.

-Espero que funcione mañana -repuso Harriet-. La Saeta de Fuego estará mucho más lejos que todas estas cosas: estará en el castillo, y yo, en los terrenos allá abajo.

-No importa -declaró Helmer con firmeza-. Siempre y cuando te concentres de verdad, la Saeta irá hasta ti. Ahora mejor nos vamos a dormir, Harriet... Lo necesitarás.

Harriet había puesto tanto empeño aquella noche en aprender el encantamiento convocador que se había olvidado del miedo. Éste volvió con toda su intensidad a la mañana siguiente. En el colegio había una tensión y emoción enormes en el ambiente. Las clases se interrumpieron al mediodía para que todos los alumnos tuvieran tiempo de bajar al cercado de los dragones. Aunque, naturalmente, aún no sabían lo que iban a encontrar allí.

Harriet se sentía extrañamente distante de todos cuantos la rodeaban, ya le desearan suerte o le dijeran entre dientes al pasar a su lado: «Tendremos listo el paquete de pañuelos de papel, Evans.» Se encontraba en tal estado de nerviosismo que le daba miedo perder la cabeza cuando la pusieran frente al dragón y liarse a echar maldiciones a diestro y siniestro.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora