Capítulo 37_ Presagio.

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Ambos doblaron por el pasillo y detuvieron sus pasos al encontrarse a los susodichos frente a ellos.

La Reina Alicent y los Reyes Midthunder paseaban aquella mañana mientras conversaban y admiraban el castillo. Al verlos, los tres detuvieron su charla de golpe.

—¿Sucede algo? —inquirió la Reina Alicent cuándo ninguno habló.

Daeron se adelantó, tratando de sonar convincente.

—Madre, estábamos buscándote.—dijo dirigiendo una mirada ensayada a a la Reina. — Me gustaría que me permitieras volar en Tessarion junto a la princesa.

Los tres mayores los observaron con detenimiento. Héoleth quiso rodar los ojos al ver cómo su madre torcía el gesto en clara desaprobación pero lo desechó.

—¿Volar? ¿Justo ahora? —interrogó la Reina y antes de que su madre interviniera, Héoleth decidió hablar.

—Necesito distraerme, Majestad. Me vuelvo loca aquí encerrada sin hacer nada. No estoy acostumbrada a estas jornadas tan indolentes. Volar me vendría muy bien y el príncipe  ha sido muy amable al ofrecerse a llevarme.

La Reina Alicent recorrió a Héoleth con la mirada, y aunque breve, el escrutinio pareció no pasar nada por alto.

Entonces la princesa entendió donde sus ojos se posaron. El collar. La mirada fija de la mayor sobre la joya la impulsó a cubrirla con la mano en un acto reflejo.

Esa mañana, cuando elegía el atuendo que usaría, Héoleth llegó a la agradable conclusión de que aquella sería la joya que llevaría todos los días. Sin embargo, había olvidado que tal cómo dijo Aemond, ésta le había pertenecido a su madre.

Sus mejillas ardieron cuando la Reina dibujó una mueca divertida en su rostro y la miró con complicidad. Ella lo sabía.

—Por supuesto. —comentó la soberana quitando su mirada y dirigiéndola hacia los reyes Midthunder. —Me parece una idea acertada, con su permiso está claro. Tessarion es dócil y mi hijo un gran jinete. La princesa estará bien.

Concluyó. Y, aunque Erolith no lucía tan convencida accedió al igual que su esposo.

—Sean precavidos, regresen en las campanadas del mediodía.

Ambos asintieron y, sin esperar otra orden caminaron hasta la salida.

Al salir del castillo para dirigirse a pozo Dragón, Héoleth miró al cielo. La mañana era preciosa, los colores iluminando el firmamento. La cálida primavera había llegado.

Pero había algo extraño en el ambiente, una sensación diferente.

—¿Ocurre algo? —le preguntó Daeron al verla tan ensimismada. Héoleth parpadeó. El vello de la nuca se le había erizado de repente.

—¿Alguna vez has tenido la sensación de que algo va a suceder, pero no sabes qué es? —murmuró.

Daeron frunció el cejo al oír eso pero luego le sonrió compresivo.

—Mientras no sea algo malo, todo estará bien.

Acto seguido, ambos subieron a los carruajes y emprendieron la marcha hasta Tessarion.









—No tengo la menor idea de por qué acepté esto —dijo Daeron, lo cual atrajo la atención de Héoleth de vuelta al príncipe.

Luego de dejar a Tessarion escondida entre la espesura del bosque, ambos ahora caminaban hasta la Calle del Harina.

—Ya es tarde para echarse atrás.— Resopló ella.

La mañana en aquel lugar era bastante ajetreada. Ambos caminaban totalmente cubiertos, y a pesar de que iban vestidos con ropas viejas y nada llamativas, su presencia levantaba miradas curiosas de los habitantes.

𝕽𝖊𝖉 𝕮𝖗𝖔𝖜 || Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora